En las primeras escenas de “La chica Danesa” (Inglaterra, 2015), de Tom Hopper, hay una poesía que envuelve al espectador, con una cuidada elección de tonos azules y verdes que terminan por introducir espacios determinantes en la delicada historia de Lili/Elbey (Eddie Redmayne), una vida solapada de reconocimiento e identidad, que fue de avanzada para su época.
Esa atmósfera inicial también será la que demarcará el contrato de lectura de un filme, que pese a contar con una lograda interpretación del protagonista, es en la cuidada reconstrucción de época y su timming narrativo aquello que finalmente lo posiciona como un producto único y sólido dentro de la temática que trabaja.
Lili/Elbey fue un hombre hacia 1920 que intentó siempre apaciguar su escisión sexual, y que pese a esto, a su verdadero instinto, también supo amar con locura a una mujer, Gerda Wegener (Alicia Vikander), a pesar que su mente le exigía otra cosa.
Pero cuando la fuerza de su naturaleza, en determinado momento de su vida, le pidió un cambio radical de sí mismo, el conflicto de “La chica Danesa” estalla hasta llevar al límite la interpretación del dúo protagónico, una dupla que es capaz de sostener con tan sólo una mirada o un gesto la linealidad de la historia biográfica del personaje en cuestión y los complicados obstáculos que debió sortear hasta poder ser lo que soñaba.
En esos primeros instantes del relato, mencionados anteriormente, y en la descripción de los paisajes que luego contendrán a los amantes furtivos y luego negados, es en donde Hopper logra la empatía con una historia que por momentos se ciñe a lo políticamente correcto evitando transgredir, tal como lo hizo Lili/Elbey a su época, a las costumbres y morales predeterminadas.
Mientras continúan pintando, la pareja avanzará en la exploración de la sexualidad, siendo la ropa y la lencería el punto que jugará un papel determinante para que Lili florezca, algo que sucede casi sin quererlo nuevamente en la vida de Elbey y que lo llevará hacia una transformación, difícil y dolorosa, para que finalmente pueda ser lo que realmente le dicta su corazón.
Hay una mirada sobre la ciencia del momento, que intenta responder a la naturaleza de Lili con frases hechas e incongruentes, con manuales de procedimientos que sólo recurren a explicaciones del estilo “lo que te sucede es producto de un desbalanceo químico”, que indaga, presenta y aleja.
Y hay también una rigurosa puesta en escena, principalmente cuando Lili bucea en la femineidad de la otredad, para poder así lograr una imagen que le devuelva lo que ella cree y quiere ser, que potencia la mirada voyeur y la exposición del fundamento del cine como discurso y también como entretenimiento.
En el camino hacia la transformación Hopper muestra cómo la vejación terminal del cuerpo de Lili fue necesaria para que ella pueda lograr su sueño, dejando de lado la manipulación científica y la estigmatización, y concentrándose en la explosión de su yo femenino hacia la concreción final.
“La chica Danesa” podría haber elegido una postura más fácil y menos árida hacia la narración de la historia del primer trans que se tiene conocimiento, pero tanto en la dirección, como en la interpretación de sus protagonistas hay una puesta consolidada y una toma de posición frente al tema con el que trabaja, que terminan por elevar la propuesta.