Caperucita en target teen y vampírico
Basada en el legendario cuento de los hermanos Grimm, la directora de Crepúsculo acerca la historia al género que popularizó con un lobo sanguinario y un trasfondo de desconfianza que la transforma en un disparate reaccionario.
Si el relato de Caperucita Roja circuló como una de las tantas historias que se trasmitían oralmente en la Europa medieval hasta que en el siglo XlX los hermanos Grimm lo encuadraron dentro de su imaginario poblado de seres tenebrosos, crímenes y castigos, la versión cinematográfica de Catherine Hardwicke está basada en el cuento original pero, escandalosamente, anclada en jóvenes. Se trata de personajes paliduchos, sedientos de sangre y convenientemente excitados, es decir, el “género Crepúsculo” (del cual Hardwicke dio el puntapié inicial), que en libros, series y claro, en el cine, se supone que enloquece a los adolescentes.
La chica de la capa roja se ubica difusamente en algún lugar de la Europa del 1300, en una aldea aislada, donde sus habitantes saben que deben rendir un tributo magro –un chanchito cada tanto– para que el lobo que los acecha desde siempre los deje tranquilos. Por supuesto, no es sólo un animal de carácter irascible, sino que se trata de un licántropo, es decir, un hombre que se convierte en bestia, casi siempre en busca de venganza.
El monstruo un día se cansa de la dieta porcina y mata a una joven doncella, una muerte que complica la huída de su hermana Valerie (la etérea Amanda Seyfried) con Peter (Shiloh Fernández), un leñador pura fibra que la quiere bien y no va a permitir que su amada se case con Henry (Max Irons), el bacán del lugar.
Lo que continúa es más o menos previsible, con el pueblo temeroso, las víctimas que se siguen sumando a la carnicería, la aparición del Padre Salomon (Gary Oldman), un fundamentalista especializado en cazar bichos raros, mucha bruma, espadas de plata, la tensión sexual entre la parejita protagónica, el lobo que es malo, pero que también ofrece un mundo de sensaciones, y sobre todo la paranoia, a partir del descubrimiento que cualquier vecinito puede ser el feroz asesino.
Y ahí, donde el despropósito hecho película muestra su peor cara, porque si a duras penas y con un enrevesado guión se hacían malabares para encuadrar al cuento de Caperucita en el target joven y vampírico, el relato se asienta en una especie de caza de brujas y hasta una versión macartista a destiempo, donde todos desconfían de todos y el enemigo está dentro de la propia comunidad, que convierte a La chica de la capa roja en un disparate, pero además, un disparate reaccionario.