Perdón, Caperucita
Los cuentos infantiles ofrecen inagotables posibilidades. Se puede narrarlos en sus versiones originales, imaginar qué fue de sus protagonistas luego del “y fueron felices para siempre”, humanizar a los villanos, combinar las historias o buscarles nuevas vueltas de tuerca. Todo ha sido ensayado. Incluso fuera del terreno de la animación, y sólo por citar algunos casos, el cine supo arrojar a una dulce princesa al salvaje mundo real (en Encantada), involucrar a los autores en sus propios relatos (en Los hermanos Grimm) o llevar a Alicia, unos cuantos años después, de vuelta al País de las Maravillas, en la última versión de la novela de Lewis Carroll realizada por Tim Burton.
Los clásicos dan para todo: adaptaciones, citas, homenajes, hasta parodias. Por eso, apelar meramente a su iconografía y tomar sus elementos para desparramarlos en una construcción sin imaginación ni demasiado sentido parece, por lo menos, un poco pobre. La chica de la capa roja se presenta como una versión adolescente del tradicional cuento de Charles Perrault.
Su protagonista, Valerie, es una joven que vive con su familia en una villa medieval, tiene una abuela en una casita alejada y claro, viste la capa roja de rigor. Como es una señorita, no debería adentrarse en el bosque, pero allí se encuentra en secreto con el leñador de sus sueños, Peter, con quien planea huir contrariando la voluntad de su madre, que quiere casarla con un candidato más adinerado. Además, al estilo de La Aldea de Night Shyamalan, en el bosque tupido que rodea la villa habita una criatura feroz –en este caso, un lobo- que mantiene con los pobladores un pacto de no agresión, mientra ellos le ofrezcan sus animales y no invadan su territorio bajo la luna llena.
El conflicto se desata una noche en que el lobo, por una razón desconocida, ataca y mata a la hermana de Valerie. Los aldeanos claman por venganza y salen a buscar al animal, y para colaborar con la empresa llega al lugar el padre Solomon (el gran Gary Oldman, aquí bastante sobreactuado), una suerte de cruzado con métodos inquisitoriales que se proclama experto en exterminar a estas criaturas malditas. El cura aporta la novedad de que la bestia es en realidad un hombre lobo, que además es un poco vampiresco, porque transmite su condición a cualquiera que sea mordido por él durante la llamada “luna de sangre”. A partir de ahí, como el enemigo no está estrictamente en el bosque sino que puede ser cualquier hijo de vecino, todo son recelos, miradas punzantes y frases sospechosas.
Si hay algo que la directora Catherine Hardwicke había demostrado en sus trabajos anteriores era una fina sensibilidad para retratar el mundo y los conflictos adolescentes, en especial a través del estilo elegido para contar sus historias, que en cada caso hablaban de cómo se sentían los personajes y cómo los percibía el mundo exterior. Así, la inmediatez casi documental de Los amos de Dogtown traducía el vértigo y la adrenalina del deporte y la fama súbita; a la vez que el artificio exacerbado de Crepúsculo se correspondía con la extrañeza, la inhumanidad del protagonista, y también con su romanticismo trágico. Todo esto faltó a la cita en La chica de la capa roja.
El amor prohibido de Valerie (de algún modo el paralelo de la desobediencia en el cuento original) y la rivalidad entre sus dos muchachos carece de dramatismo y queda reducido al status de un mero histeriqueo, abonado por la inexpresividad de los galanes de turno (Shiloh Fernandez y Max Irons).
No mucho más puede decirse de Amanda Seyfried quien, lejos de dar a la joven Caperucita personalidad, decisión y rebeldía, pasea por la aldea sus ojazos celestes, más impávidos que nunca y profundamente desorientados. Si mientras el lobo está fuera de campo el film mantiene un cierto clima, todo viso de seriedad y suspenso se pierde irremediablemente cuando el animal aparece y se transforma en parlante (aunque sólo la heroína pueda oirlo), en una escena que es más hilarante que terrorífica. De modo que las bellas tomas del comienzo y una ambientación bastante cuidada se diluyen sólo un rato después del “había una vez...”.
La historia es delirante y aunque el lobo resulta ser el personaje menos pensado, no por inesperada esta revelación final resulta menos forzada e intrascendente. En fin… Caperucita espera un justo y merecido desagravio, en alguna otra oportunidad.