Elegante narración que combina lo detectivesco con la mirada nórdica sobre familias burguesas
Con películas como Alien 3 , El club de la pelea , La habitación del pánico y Red Social , David Fincher se ha convertido en uno de los directores más admirados del cine norteamericano de las últimas dos décadas. Si bien ha incursionado en todo tipo de géneros y temas, el thriller de asesinos seriales (con sus ambientes sórdidos y sus variadas perversiones humanas) parece ser una de sus especialidades, ya que tanto Pecados capitales como Zodíaco se ubican entre lo más notable de su filmografía.
A ese universo regresa ahora con La chica del dragón tatuado , un ambicioso, fascinante e intrincado largometraje de más de dos horas y media de duración que logra sostenerse desde lo narrativo, lo visual y lo actoral con méritos propios, pero que se verá sometido a dos inevitables comparaciones: con la primera de las tres novelas de la saga Millennium escrita por el fallecido Stieg Larsson y con Los hombres que no amaban a las mujeres , el film sueco sobre la misma historia que se conoció hace unos tres años.
Que Fincher es mucho mejor director que Niels Arden Oplev no es algo que merezca demasiada discusión, aunque tampoco es cuestión de comparar con lupa ambos films para apreciar qué cambios le introdujo ahora el cotizado guionista Steven Zaillan ( La lista de Schindler ). Cabe indicar que la narración de Fincher es más elegante, estilizada, austera y algo más fría, menos cruda que la del original europeo (de todas maneras, ofrece escenas como una violación anal que están entre lo más extremo que una producción mainstream de Hollywood puede tolerar en la actualidad).
En el juego de las diferencias se aprecia una clara intención por dilatar el encuentro inicial entre los dos protagonistas, por otorgarle mucho mayor peso a cada uno de los personajes secundarios y por un desenlace muy distinto.
La trama combina la estructura detectivesca a lo Agatha Christie con una mirada bien nórdica sobre las miserias de las familias burguesas en el seno de pequeñas comunidades cerradas (en este caso, la de una isla y con un pasado ligado al nazismo) que remite al cine del Dogma 95 (sobre todo a La celebración ), mientras que Fincher le adosa un sello distintivo al imprimirle una estética más ligada al cine noir .
De todas maneras, el mayor aporte de esta saga a la literatura primero y al cine después es el del personaje de Lisbeth Salander, que tan bien interpretaron Noomi Rapace y ahora Rooney Mara. Heroína feminista, vengadora punk, rebelde antisistema, esta hacker e investigadora veinteañera con sus tatuajes, su piercing, su palidez, sus conflictos con el Estado y su inteligencia superior resulta una de las protagonistas más potentes y arriesgadas que invadieron la pantalla grande en los últimos tiempos. A su lado, el periodista de denuncia Mikael Blomkvist (Daniel Craig), con sus problemas con la Justicia, con los grupos de poder y con las mujeres, resulta una contraparte demasiado "normal" y hasta previsible.
A Fincher y al film en general se le podrán encontrar reparos (algunos manierismos y preciosismos visuales que no agregan demasiado o ciertos pasajes que abruman en la descripción de las miserias presentes y pasadas del grupo familiar al que los dos protagonistas deben investigar), pero sumergirse en el universo oscuro y perturbador de La chica del dragón tatuado es una experiencia atrapante, un desafío para los sentidos y para el intelecto que vale la pena afrontar.