Con esta realización David Fincher estampa la rúbrica de un gran director
Lo logró una vez más. Él casi siempre lo hace y por eso es noticia. Es como el fútbol ¿vio? Si un jugador hace goles en todos los partidos, eventualmente va a llamar la atención, y además ayudará a solidificar su carrera a base de la confianza en sí mismo.
Esta vez, no solamente aplica su estilo a una nueva película. También llega al valor agregado de contar una historia ya vista y sin embargo generar interés de principio a fin.
Cabe aclarar que estas virtudes las logra en la industria de Hollywood, lugar difícil, si los hay, para imponerse ante productores que miran la taquilla y actores con los humos al tope.
Sin embargo varias de sus películas no sólo carecen de un final feliz, sino que además somete a verdaderas estrellas a personajes muy lejanos al glamour. Convengamos que no cualquiera hace rapar a Sigourney Weaver, embarazarla de un extraterrestre asesino y someterla a convivir con reclusos de una prisión en un planeta en deshuso (“Alien 3”, 1992). Tampoco es común ver a Brad Pitt disfrazado con kilos de maquillaje para que no se lo vea (“El curioso caso de Benjamin Button”, 2008), o de policía recibiendo la cabeza de su esposa en una caja (“Pecados Capitales”, 1995)). Ni que hablar de la decisión de pedirle a Robert Downey Jr., con los antecedentes personales que tiene, que componga a un periodista venido a menos con problemas de alcoholismo.
Señoras y señores, con el estreno de “La chica del dragón tatuado”el realizador David Fincher rubrica lo que ya es: un gran director de cine.
El primero, y tal vez principal, acierto es el de seguir jugando a tomar parte de su narrativa como si fuera una especie de McGuffin. Tal cual sucedía en “Zodíaco” (2007) no era el caso que fuera el asesino lo que importaba, sino la obsesión por la investigación. Este parámetro es el que se debe someter a consideración si queremos encontrar una mirada distinta a la novela “Los hombres que no amaban a las mujeres” y a su adaptación sueca de 2009 en la trilogía “Millennium”.
“La chica del dragón tatuado” es la misma historia. Mikael Blomkvist (Daniel Craig) pierde prestigio y credibilidad pública como periodista, al no haber podido probar fehacientemente los argumentos que publica en una nota en la revista para la cual trabaja contra un conocido empresario. Sin embargo es contratado por Henrik Vanger (Christopher Plummer), el patriarca de una familia de altísima alcurnia, para que investigue la desaparición (o asesinato) hace 40 años de una de sus tres hermanas. Será eventualmente ayudado por Lisbeth (Rooney Mara, a quien ya vimos en “Red Social”, 2010), una hacker pseudo punk con agudos problemas de adaptación.
Equipo que gana no se toca, y en este sentido el director lo tiene bien armado desde hace muchos años. La realización en su conjunto es explosiva, sólida, empezando por la elección de las locaciones (en realidad toda la dirección de arte es una película aparte), una fotografía de Jeff Cronenweth digna de premio; una excelente banda de sonido de la dupla Trent Reznor y Atticus Ross, ganadores del Oscar el año pasado, y la acertadísima compaginación de dos artistas que conocen muy bien el paño en el que juegan: Kirk Baxter y Angus Wall.
El elenco ha sido muy bien seleccionado. Craig le pone su dureza al personaje que compone, lo cual le viene de maravillas porque lo ayuda a crecer de principio a fin, pero sin dudas la actuación destacada es la de Rooney Mara, quien logra una relación de amor/rechazo con el espectador pero, sobre todo, una textura muy especial de su Lisbeth, en la que se desenvuelve con mucha soltura.
Es cierto que Hollywood subestima a su público cuando adapta buenas películas de otro idioma al suyo propio, suponiendo que si no es en inglés la gente no va al cine. También es verdad que siempre terminan arruinando la obra original. “La chica del dragón tatuado” no sólo es una excepción a la regla, también es una forma de demostrar que en Hollywood no todo está perdido.
Y ya que va, preste atención a los títulos iniciales (visualmente impactantes). Así como sucedía con los de “El club de la pelea” (1999), dicen mucho más de lo que parece.