Creo necesario para empezar esta crítica hablar del director de The Girl with the Dragon Tattoo (2011). David Fincher. Director fundamental de las últimas dos décadas, supo retratar los clarobscuros de la contemporaneidad, la posmodernidad. Y sin caer en facilismos sobre que todo tiempo pasado fue mejor o lo contrario. Con agudeza, disconformidad, creatividad y un talento visual inusitado fue el creador de obras que retratan el zeitgeist de la época: Se7en (1995), The Fight Club (1999) o Red social (2010).
Claro que todo director, toda persona, tiene temáticas recurrentes en su vida, en su obra. A Fincher parecen interesarle los detectives, la modernidad, las computadores y los asesinos en serie. Por eso la primera entrega de la saga Millenium, del finado Stieg Larsson le calza justo a sus obsesiones. Ya teniendo una adaptación europea mucho más fiel, Hollywood no podía dejar pasar este best-seller internacional.
No puedo dejar de mencionar la onírica secuencia de títulos, con un soberbio cover de “Inmigrant Song” a cargo de Trent Reznor. Aunque Fincher acostumbre empezar sus films con producidas introducciones (recordemos el zoom out desde adentro de la cabeza de Brad Pitt en The Fight Club) nos deja embelesados y nos advierte que no estamos ante cualquier cosa, y que cualquier cosa puede pasar. Desde el principio propone la oscuridad no como argumento estético únicamente sino que es funcional a la historia. Tiene que estar en el top 5 de secuencias de títulos de la historia.
Si apuntamos a un análisis narrativo, esta película no escapa a los cánones de la industria. Pero constantemente dándonos información al menos nos exige una total inmersión en las casi tres horas que dura el film. Y eso no es común, comparado con Hollywood, en el cual la información que nos brindan la ponen en una marquesina de neón, sin posibilidad alguna a la interpretación. Nos sumerge en un ambiente pesado, lento pero ágil, que hace acordar a la densidad narrativa de un libro. La opresión y los secretos de la isla no podían ser contados de mejor manera. Es la historia una empresa, de un asesinato, pero como dice el dicho “Pinta tu aldea y pintarás el mundo”. Y esa familia representa a la perfección la vida en los países nórdicos.
Aunque se puede decir que la película no tiene ritmo, sorprende la rapidez con la cual transcurre la película, muestra de un guión solido pero que no descolla. Lo que sí sobresale es la cuidada fotografía y el montaje tan finchereano. Las personajes están muy bien caracterizados, con un Mikael Blomkvist sobrio por Daniel Craig, pero el personaje interpretado por Rooney Mara, Lisbeth Sallander, capta toda la atención en la película. Esta especie de Amelié hacker que parece salida de un cuento de Edgar Allan Poe o de una película de Tim Burton logra hacer suyo cada fotograma en sus apariciones. Nos va a costar olvidarnos de escenas memorables como las que coprotagoniza con ese tutor perverso.
En síntesis, este film se ubica entre los más olvidables de Fincher pero aún así se trata de las producciones mas interesantes de Hollywood de 2011. Una buena adaptación que a fuerza de parecer un thriller psicológico no tiene ritmo, pero ese parece ser el precio que hay pagar para contener todos los elementos narrativos de la literatura.