Podría decirse que el realizador David Fincher es un especialista en asesinos seriales: Pecados Capitales, Zodíaco y ahora esta adaptación “alla Hollywood” de la novela de Stieg Larsson -ya llevada a la pantalla en Suecia- prueban que comprende algo del asunto. En realidad, Fincher es un especialista en contar el final de la civilización. Este film comparte con sus anteriores películas el aire glauco, opresivo que caracteriza a todas sus películas anteriores, y muestra además que lo que causa interés en sus mejores películas es, justamente, su aspecto humano. El núcleo “policial” de la historia es la corrupción de una familia con poder, algo no muy distinto de lo que Chandler y Hammett han creado desde hace poco menos de un siglo. Pero lo que cuenta es la relación entre dos seres desplazados y abusados, de diferente manera, por el poder: el periodista Blomkvist (un perfecto Daniel Craig) y la hacker Lisbeth Salander (una extraordinaria Rooney Mara). En esa relación es donde la mirada desencantada del presente pero levemente esperanzada de Fincher -alguien que maneja como pocos el lenguaje del cine clásico- encuentra su auténtico tema. A pesar de las secuencias duras (una violación, por ejemplo, de las más brutales que ha dado el cine), hay una especie de extraña ternura que hace del film un paisaje preciso del mundo finalista que nos ha tocado en suerte.