La chica del tren

Crítica de Alejandro Castañeda - El Día

No se debe mirar el amor desde la ventanilla

La novela fue un best seller. No la leímos. El film es decepcionante. Por tramposo, desordenado, tan insustancial que roza el ridículo. Algunos lo han querido ver como un nuevo género a la sombra de la violencia de género. Mucho ¿no? El comienzo de este viaje es prometedor: una mujer abandonada por su esposo, alcohólica, obsesiva y medio delirante, toma un tren todos los días, pero no para ir a trabajar, sino para poder ver desde la ventanilla la que fue su casa. Y de paso, como contraste, lo que sucede en una casa vecina, donde vive una pareja aparentemente feliz. Pero las ventanillas mienten. Y esto no es nuevo. Se ve a veces lo que se quiere ver. Y cuando uno baja del tren y camina por tierra firme se da cuenta que la cosa es distinta. Y sobre todo esto se torna más turbulento en la cabeza de esta mujer desquiciada, (después veremos por qué y por quién) que perdió su esposo por no darle un hijo y que se masoquea viendo desde esa ventanilla a su ex, con esposa nueva y bebita. El tema daba tela para poder cortar. Pero en lugar de mostrarnos este cóctel de obsesiones y despecho, de engaños y manipulaciones, en lugar de poder asomarnos a esos amores cruzados por vientos de venganza, envidia y dolor, el film prefiere enfatizar sólo los aspectos más efectistas de una historia sangrienta, con muchos sospechosos y hombres aprovechadores y mujeres sufridas. Y lo hace de una manera enredada, con una estructura narrativa con tantas vueltas atrás, que el espectador debería ir con un almanaque para poder ajustar mejor el cuadro.

¿Alguna conclusión? No hay que mirar el amor desde la ventanilla, porque se nos puede empañar la vida.