La chica del tren

Crítica de Héctor Hochman - El rincón del cinéfilo

Basado en el “best sellers” homónimo, que a esta altura de los acontecimientos sabemos que significan nada, pero que tomando como parámetro la cuestión temporal podría decirse que todo es muy rápido.
El libro se publico en 2015, un año después se estrena la película. Libro mejor vendido, los productores esperan lo mismo, supongo.
Esa rapidez en busca de dividendos se contrapone al manejo temporal del relato cinematográfico, en tanto presentación del conflicto, desarrollo, y resolución del mismo.
El problema es que teóricamente estamos frente a una producción que debería responder al género del suspenso, situación que no se produce, pues la velocidad de producción parece haber restado tiempo en la construcción de los personajes, de tan regular escritura que cada uno que va apareciendo en su introducción ineludiblemente se presenta definido, esto significa previsible.
Entonces la recurrencia a los cortes y analepsis constantes parecen querer establecer ese orden de suspenso y sólo transitan sobre la suspensión, no del espectador sino de los realizadores. La idea que se despliega es que intentarían disimular, con el supuesto laberinto expresivo temporal, una trama por demás superflua, sintética, lo que redunda en la artificialidad del resultado.
Ello no implica que la fotografía sea de muy buena factura y el diseño de sonido y la banda sonora se establezcan en la misma calificación, la falla está presente a partir de una fábula prosaica y por la pretenciosidad del guión.
Lo mismo sucede con los cambios de puntos de vista, o de los narradores, se sienten forzados, falsos, como un juego de espejitos de colores, sin sustento estructural, ni generando intriga alguna, aunque esa debería ser la idea directriz.
Rachel (Emily Blunt) es quien nos introduce en su vida actual y simultáneamente en aquella que se le fue de las manos. Todos los días va y viene de su trabajo en tren, a la misma hora, de ida y de vuelta, eso le da la oportunidad de observar a una pareja envidiable, ya sea desayunando en la terraza de su casa, o cenando en el porche de la misma. El amor en esencia puro.
En ese mismo vecindario vive su ex marido con su actual mujer y el hijo de ambos.
Pero algo ocurre. Rachel es testigo de un suceso, para ella perturbador, desde la ventana del tren, será real o sólo una sensación, pero luego una desaparición misteriosa le agrega importancia a testimonio de nuestra heroína
La única que parece poder unir las historias es ella, pero hay un detalle, es una alcohólica, casi rayana en la psicosis etílica, con lagunas mentales, confusión, pérdidas de conciencia, todo un combo en donde se podría haber edificado una buena trama, pero la inclusión de vidas cruzadas le hace perder potencia la historia.
Pues desde la violencia de género en la superficie del relato a la mirada misógina subyacente en el filme hay sólo una débil línea que separa.
Tres mujeres, varias historias personales, desde Rachel, la mujer abandonada, hasta Megan (Haley Bennet), una joven con una historia trágica detrás, oculta, reprimida, pero determinante, pasando por Anna (Rebecca Ferguson), la actual mujer del ex de Rachel, sabe pero no se quiere enterar de quién es ese con quién comparte el lecho todas las noches.
Todos los personajes masculinos son de un maniqueísmo atroz, por momentos un catalogo de clishés. Desde el marido devastado por la perdida, y el comprensivo manipulador de mujeres, hasta un psiquiatra que pelea para que no se note su origen sudamericano.
Si algo sostiene el interés son las actuaciones del trío protagónico femenino, principalmente Emily Blunt, casi se la podría pensar como candidata a una nominación para los premios de la academia del 2017, lo mismo debería suceder con la performance de Allison Janney en el rol de la detective Riley, quien lleva delante la investigación.
Sólo actuaciones. Eso no alcanza.