Después de su éxito literario, llega al cine la adaptación de La Chica del tren, protagonizada por Emily Blunt.
Rachel Watson (Emily Blunt) es una mujer recién divorciada, y con ciertos problemas con la bebida. Cada día, ella toma el tren para ir trabajar a Nueva York, y cada día el tren pasa por su antigua casa. En esa casa ahora vive su marido con su nueva esposa y su hijo. Para no ahogarse en sus propias penas, Rachel decide concentrarse en mirar a una pareja, Megan (Haley Bennett) y Scott Hipwell (Luke Evans), que viven unas casas más abajo de la que era la suya. Comienza entonces a crear en su cabeza una maravillosa vida de ensueño sobre esta familia aparentemente perfecta.
Es sabido que el paso de la literatura al cine es un tema cuestionable y debatible, algunas veces funciona y en otras no. Los best sellers, suelen tener mucho auge de ventas, pensemos en El Codigo Da Vinci o Cincuenta Sombras de Grey; pero muchas veces sus adaptaciones quedan vacías o las mismas herramientas que se usaban en el texto no funcionan en su traspaso.
La chica del tren fue uno de esos furores literarios y hoy llega al cine con una intriga muy fuerte, pero nuevamente los recursos le juegan en contra.
Desde un primer momento la historia, al igual que la novela, comienzan a desentrañarse con segmentos mezclados en el tiempo y en la perspectiva de sus protagonistas. El problema es que el hilo argumental se pierde y en vez de generar la intriga de la interrogante que desarrolla el film, parece dar más pistas de las que debería; dando suficientes recursos al espectador para encontrar el desenlace tan esperado.
Ciertas vueltas de tuerca, son interesantes, pero en ningún momento quedan marcadas como grandes choques argumentales, como si pasa en Perdida de David Fincher. Y hablando de este film, si mantiene un tópico esencial y lo construye en todas sus aristas posibles, que es el abuso. Tanto del hombre a la mujer o viceversa, ya sea físico o emocional.
Con respecto a sus actuaciones, Emily Blunt lleva un protagónico diferente al común, es difícil considerar si el público sentirá empatía por su desgracia; pero es verdad que todos los personajes son cuestionables, y todos tienen un papel doble de víctima y victimario; incluso el terapeuta, perdiendo su rol como profesional.