La chica del tren

Crítica de Luly Calbosa - A Sala Llena

Ver para creer

A un año del lanzamiento del exitoso best seller La Chica del Tren, de la escritora inglesa Paula Hawkins, llega al cine su adaptación cinematográfica a cargo del director Tate Taylor. Si el thriller tiene la misma suerte de esta novela policial, que en tan solo un año vendió 11 millones de ejemplares y hoy es furor en e-Books y Amazon, habrá un antes y un después en su carrera… ¿Lo logrará?

El guión, al igual que la novela, gira en torno a la desaparición de una mujer en Nueva York: Megan (Haley Bennett). Se cree que está muerta y, al parecer, la única testigo de su última aparición con vida es una mujer alcohólica, divorciada y sin trabajo, Rachel Watson (Emily Blunt), quien desde hace un año deambula diariamente en un tren y retrata en dibujos -desde su asiento- lo que observa por la ventana del vagón: la aparente felicidad de su amado ex marido Tom (Justin Theroux), que tiene un bebé con Anna (Rebecca Ferguson), su actual mujer con quien reside en la casa que compró junto a Rachel. Los minutos avanzan, y mientras crece la obsesión de Rachel por conocer la vida de Tom y recuperarlo, se revela mediante flashbacks que Megan era vecina y niñera del bebé de su ex. Así, con estos datos y los diálogos presentes en la trama, se genera a cuentagotas el suspenso que atrapa lentamente al espectador. Un buen día, Rachel, atravesada por su permanente estado voyerista producto del alcohol, y desconociendo que Anna la había denunciado por espiar a su pareja y su bebé, le confiesa al FBI que vio a Megan desaparecer en un túnel. Este hecho, sumado a que afirma tener miedo de sí misma porque nunca recuerda con exactitud sus actos la convierten en principal sospechosa.

Así avanza unidireccionalmente esta adaptación de Tate Taylor que utiliza la misma ecuación, tanto artística como narrativa, de su película Historias Cruzadas (The Help, 2011): pone la lupa en las relaciones humanas que mantienen sus personajes y cómo estas son afectadas por las emociones que atraviesan. Sobre todo, cuando un hecho lamentable puede tocarnos de cerca. Artísticamente, la película no cumple con los parámetros de la novela: no se filmó en Londres sino en Nueva York (más precisamente, en Manhattan) y, curiosamente, para la filmación de las escenas no se usó un tren verdadero sino un camión de rodaje equipado con cámara verde y fotos ploteadas. Sin embargo, la conjunción de estos elementos, acompañados por una correcta fusión de música, encuadre e iluminación, genera un verdadero clima de suspenso. Otra diferencia con la estética de Hawkins es la imagen de Rachel: no es una mujer obesa sino flaca escuálida y pálida, decisión más que acertada por Taylor para generar la atípica imagen de heroína desbastada por el alcohol. Por último, cabe destacar el elenco y el rol protagónico logrado por la actriz londinense Emily Blunt, que logró enterrar completamente aquel personaje de asistente en El Diablo se Viste a la Moda (The Devil wears Prada, 2006) y encarnar a la perfección a Rachel. Esta metamorfosis es la que le regaló los elogios de la actriz Julie Andrews y le abrió la puerta a protagonizar la nueva versión de Mary Poppins, a rodar en 2017.

A grandes rasgos, La Chica del Tren dista mucho de la rítmica que promete en el trailer. Sin embargo, pese a sus confusos vaivenes temporales, en una interesante propuesta y contiene el mismo giro inesperado de la novela, y logra ese impacto final mediante escenas fuertes en materia: sexo, violencia física y verbal detona en una reflexión sobre aquello que pensamos, que vemos y no vemos, lo que pensamos que recordamos y no recordamos… y la delgada línea entre el grado de credibilidad que puede, o no, otorgársele a un orador que padece los efectos del alcohol. ¿Será posible reconstruir el hecho a partir de su testimonio?