La chica del tren

Crítica de Pablo Sebastián Pons - Proyector Fantasma

LA GUERRA DE LOS SEXOS
Es admirable como ciertos relatos cobran mayor o menor fuerza, o significación, a partir de los tiempos en los que son contados sólo por la temática que abordan. La Chica del Tren, como libro y película, no es la excepción, no solo por aquello último sino por el enfasis en ciertos comportamientos que, de nuevo, a partir de problemáticas de género contemporáneas se hacen muchisímo mas empáticas en su recibimiento. Con 11 millones de copias vendidas, el libro en el que se basa la pelicula de Tate Taylor relata los pormenores de la vida de Rachel (Emily Blunt) a partir de un divorcio conflictivo con terceras en discordia y planes de vida frustrados.

Las introducciones iniciales, de conflicto y de personajes, harán deducir que Rachel no sólo aún no pudo superar la separación con Tom (Justin Theroux), sino también al hecho de que él haya rehecho su vida, y ahora tenga una hija con la que alguna vez fue la amante (Rebecca Ferguson) de su ex-esposo. Así Tate nos presenta un mundo de mujeres fallidas y sometidas, ya sea por addiciones y obsesiones, o por el mero hecho de hacer caso omiso ante determinadas situaciones de pareja (que no contaremos aquí).

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Pero a medida que se suceden los flashbacks, Tate va sacando los velos de sus personajes y, como en todo thriller dramático, nadie es quien aparenta ser. Los giros argumentales y los descubrimientos que haremos acerca de quien es quien se darán en la linea narrativa de lo que Gaspar Noé (Irreversible) llama “contra natura”. O sea, un manera de contar los hechos, heredera estricta del cine moderno, no cronológica. En esta sucesión de revelaciones retroactivas, La Chica del Tren comete su peor torpeza: como el David Fincher mas recalcitrante, el giro argumental se convierte en un fin, tal vez predecible, dejando al resto de la trama y todo ese camino recorrido de sospechas infundadas y guiños no confirmados, en meramente un juego.

La Chica del Tren presenta presenta personajes oscuros, multiples sospechosos y una subtrama que intenta decir algo sobre los papeles de la mujer en la sociedad y la violencia de género. Sin embargo, Tate elige lo lúdico sobre la critica social, y es en esa apuesta donde en vez de patear el tablero, La Chica del Tren pierde el juego.