Cautivante cóctel de celos y obsesión. El efecto del trago será desnudar una realidad.
“La chica del tren” es el título de este film basado en la novela del mismo nombre de Paula Hawkins. Muy bien dirigida por Tate Taylor. Me da la sensación, sin haber leído el libro, que respeto hasta el punto y coma.
Rachel Watson (sensacional trabajo de Emily Blunt) viaja a diario en tren hacia Manhattan. En esas imágenes, en su confusa cabeza, atormentada por el alcohol, observa/espía desde la ventana (en los pocos segundos que le da la locomoción) a su ex Tom Watson (Justin Theroux) y a su actual pareja Anna (Rebecca Ferguson) y su reciente bebé. Felices. En esa casa que hasta hace poco tiempo había sido su propia casa, su esposo, y el sueño de aquel hijo que no pudo ser. El ahogo es profundo. Una locura diaria, masoquista, donde se mezclan la obsesión, la fantasía, la angustia. Observa también una casa vecina, donde vive una pareja apasionada, desbordada de amor, bellos los dos, Megan y Scott (Haley Bennet y Luke Evans) lugar donde deposita e idealiza el amor.
Un día ve algo que la descoloca, que le remite a su propia historia. Y decide abruptamente bajar del tren para involucrarse. En una estación que no era la suya.
Cargado de sensibilidad, un maravilloso elenco y una original forma de narrar, “La chica del tren” te va seduciendo en su desazón.
Un film que por los ingredientes que tiene será más valorado por la mirada femenina. Porque cuando se caen las caretas queda una sola verdad.