Millennium: qué trilogía. Inteligente, llena de vericuetos, con dos protagonistas apasionantes. La última entrega de la saga – La Reina en el Palacio de las Corrientes de Aire – me pareció una obra maestra de tensión, con un clima inflamable a lo Batman: El Caballero de la Noche (o, si prefieren, a Los Intocables) donde las conspiraciones eran densas, todos eran corruptos, no se podía confiar en ninguno y existía una alta probabilidad de que hicieran fiambre a uno de los personajes principales. Lamentablemente Larsson se murió, la veta de oro se acabó, y tanto norteamericanos como suecos quisieron seguir explotando el filón con dudosos resultados. Los yanquis quisieron remakear la trilogía y, aunque David Fincher estaba al mando, solo atinó a fotocopiar fotograma por fotograma el filme original (en La Chica del Dragón Tatuado), simplemente porque era perfecto. Aunque respetuosa, a nadie le gustó demasiado y ahora, en el 2018, quisieron probar otro camino, adaptando las novelas / secuelas que el sueco David Lagercrantz escribió basado en los personajes de Larsson (y en algunos borradores que dejó). Y como le pasó a John Gardner cuando quiso tomar el legado de Ian Fleming y se despachó con una serie de horrendas novelas modernas de James Bond, la diferencia entre el original y el imitador son tremendas… y en el caso que nos ocupa, son abrumadoras y ridículas. Para abaratar costos no llamaron ni a Craig ni a Mara ni a Fincher (de La Chica del Dragón Tatuado) y eligieron un cast mas barato y a Fede Alvarez (No Respires, el reboot de The Evil Dead) como director. Pero, por mas prolijo que sea, el uruguayo (!!) no puede lidiar con las toneladas de cosas traídas de los pelos que tiene el libreto y que aniquilan la mas mínima credibilidad de la historia.
Uno de los principales problemas del filme es Claire Foy, la cual es demasiado educada e ineficiente como Lisbeth Salander. Noomi Rapace será mas rústica y enana que la Foy, pero exudaba salvajismo y era capaz de voltear todo un ejército de muñecos de dos metros de altura ya que era una fuerza de la naturaleza imparable e indomable. Acá a la Foy la cascan de todos lados, no pega una y lo único que la redime son sus habilidades como hacker, las cuales son descomunalmente ridículas. Que la mina pueda tirar abajo el sistema de seguridad de un aeropuerto o meterse en el server del Servicio de Seguridad Sueco con un Nokia 1100 es completamente estúpido, pero no es la única tara del libreto. Hay hackers devenidos francotiradores expertos (¿qué? ¿hicieron un curso por internet?), parientes malévolos que son los jefes de una organización maligna internacional a lo Spectre, un ridículo complot para apoderarse del control de todos los misiles nucleares del mundo mediante un programa (como si todas esas cosas estuvieran conectadas a Internet!), gente que quiere pasar de incógnito y anda en un Lamborghini Aventador robado, villanos que adivinan mágicamente que el hijo del programador que inventó el software para controlar los misiles posee la capacidad para destrabarlo, software indestructible que sólo puede ser movido (!!!) y que resulta estúpidamente borrado en el último fotograma del filme… todo eso sin contar con que Lisbeth Salander ahora es una especie de Batichica vigilante que trompea a los millonarios abusadores de esposas y les pasa a éstas el control de sus fortunas en compensación tras hackear sus cuentas bancarias (siempre desde su Nokia 1100)… No, no, no. Llega un momento en que la informática del filme bordea la ciencia ficción, por no decir la estupidez absoluta.
El diseño de producción es bueno. La acción está bien filmada. Pero el libreto – y las ideas del libro original – apestan. Millennium era sobre intrigas, complots, pasados oscuros y ocultos, suspenso, misterio… no estúpidos tecnothrillers escritos por gente que no sabe siquiera como funciona una computadora. La credibilidad cruje cada vez mas a medida que avanza el filme (eso sin contar la ridícula coincidencia del choque del final… ¿en serio?), y la heroína pasa de justiciera a incompetente, salvando las papas del fuego sobre la hora. Mikael Blomkvist se ve reducido a un adorno, amén de que pusieron a un actor completamente anónimo en el rol. Lo que queda es Claire Foy intentando ponerle actitud a una historia que le pasa por arriba, no solo a ella sino al espectador. Todo esto termina por convertir a La Chica en la Telaraña en un producto a evitar, especialmente si usted amó los filmes suecos originales. El talento de Larsson no crece en los árboles y lo que queda es un pálido intento de imitarlo, donde el estilo, la inteligencia y la originalidad se fueron al garete con la muerte del creador de la saga.