La chica con el reboot tatuado
Tras la primer trilogía sueca y la versión hollywoodense de David Fincher, la justiciera anárquica Lizbeth Salander vuelve al ruedo cinematográfico de la mano del uruguayo Federico Álvarez con La chica en la telaraña (The Girl in the Spider's Web, 2018) y nos trae un nuevo capítulo de la saga Millenium, ese universo conspiranoide-criminal con acento nórdico.
Incluso la forma en que esta nueva historia vio la luz es digna de una novela. Con la muerte de Stieg Larsson (autor de la saga original en la que están basadas las adaptaciones previas) se produjo una batalla legal entre sus herederos respecto del futuro de sus obras. Por un tecnicismo legal, parte de su familia se quedó con los derechos y dejo en manos de David Lagercrantz el destino de sus historias. Es así como Lagercrantz escribió una nueva novela, basada en los personajes de Larsson. La chica en la telaraña es una adaptación de esta nueva etapa autoral.
Nuestra anti-heroína Lizbeth Salander sigue haciendo de las suyas, defendiendo desde el pseudo-anonimato a mujeres que son víctima de algún tipo de maltrato, cuando un cliente pide su ayuda para recuperar un sotfware capaz de controlar el arsenal nuclear de las potencias mundiales, y así evitar que caiga en las manos equivocadas. En este soft-reboot (como alguno le andan diciendo) Claire Foy, mejor conocida por interpretar a la Reina Elizabeth en The Crown, le pone el cuerpo a Salander. Con un look más refinado y menos áspero que en las encarnaciones previas, muchos menos pearcings y cortes de pelo asimétricos, Foy se las ingenia para hacer justicia a un personaje con un temple muy particular.
A medio camino entre un reboot de la película de Fincher y una secuela propiamente dicha, en esta ocasión el drama personal de su personaje protagónico y su particular forma de relacionarse con el mundo que la rodea cede su espacio al costado más explosivo de la historia, con múltiples escenas de persecuciones, tiros y explosiones. Acción por sobre todo lo demás.
El tono del film mantiene la estética de entregas anteriores, la fría ciudad de Estocolmo, nieve y concreto. El rojo que surge de la sangre de aquellos violentados es prácticamente el único color en pantalla. La acción alterna locaciones constantemente entre la modernidad de la urbe, la desolación de los complejos industriales abandonados y la pulcritud de los bosques nevados. Tres espacios totalmente distintos sobre los cuales fluye de manera alternada la narración.
Sin tanto conflicto interno como en otras iteraciones, y con una trama que toma prestados varios elementos del universo Jason Bourneano y otros derivados para poner el acento en la acción, La chica en la telaraña podrá no ser ese quiebre de paradigma que algunos esperaban dentro de la saga, pero se las ingenia para entregar dos horas de entretenido suspenso.