FRÍO, MUCHO FRÍO
Con Spider-Gwen esto no pasaba.
Con “La Chica en la Telaraña” (The Girl in the Spider's Web, 2018) queda clarísimo que hay que dejar descansar a Lisbeth Salander, un personaje que habrá tenido éxito desde las páginas de las novelas de Stieg Larsson y sus continuaciones, y en la pantalla con el público escandinavo; pero que no da pie con bola cuando Hollywood trata de reversionarla. ¿Será que nos choca que estando en Suecia nadie hable en sueco?
Este es el menor de los problemas para la nueva película de la saga, que se aleja de la trilogía original y hace borrón y cuenta nueva, esta vez con Claire Foy (“The Crown”) como la hacker protagonista. Uno podría pensar que este oscuro thriller criminal, que mezcla traumas personales con quilombos cibernéticos le cae como anillo al dedo al uruguayo Fede Álvarez, responsable de “No Respires” (Don't Breathe, 2016), pero poco y nada agrega a este universo de misoginia y heroínas justicieras, que desde la clandestinidad intentan ayudar a otros.
“La Chica en la Telaraña” toma su argumento de la cuarta historia de esta franquicia, escrita por David Lagercrantz tras la muerte de Larsson. La historia arranca mostrándonos el traumático pasado de Lisbeth, la abusiva relación con su padre y un hogar que dejó atrás, para no volver, junto con su hermana Camilla. Sabemos que Salander nunca logró despegarse de estos fantasmas, pero desde el anonimato trata de evitar que otras mujeres atraviesen los mismos abusos que ella tuvo que soportar a lo largo de su vida.
Pasaron varios años desde que la historia personal de Lisbeth salió a la luz, gracias al periodista Mikael Blomkvist (Sverrir Gudnason) y su reportaje para la revista Millennium. La chica sigue con su cruzada revanchista hasta que se contacta con Frans Balder (Stephen Merchant), creador de Firewall, un programa militar que le da a un único usuario el poder de controlar una flotilla de misiles. Claro que Balder se arrepintió de su trabajo y ahora quiere recuperarlo de las manos de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) de los Estados Unidos.
Ahí es cuando entran en juego las habilidades de Lisbeth, que logra “robar” exitosamente el programa, pero es atacada en su casa antes de que pueda devolvérselo a su dueño. Claro que todos la creen culpable, incluidos los servicios secretos suecos y Ed Needham (Lakeith Stanfield), agente de la NSA que viaja hasta Suecia para recuperar lo que le pertenece.
Por su parte, Salander debe identificar a sus atacantes, recobrar el programita y contactarse con Balder antes de que caiga en las manos equivocadas. Un lío repleto de asesinos rusos, políticos corruptos y un pasado que vuelve para atormentarla.
“La Chica en la Telaraña” se acerca mucho más a una aventura de James Bond o de Etahn Hunt que a las de Salander. Foy hace su mejor esfuerzo, pero nos entrega una antiheroína deslucida (literalmente sin maquillaje) que dejó por el camino sus fetiches y muchos de sus gustos más dark. Atrás también quedaron la antipatía y los recelos de Noomi Rapace, imposibles de descifrar en las actitudes de “la reina”.
Pero la culpa no es de Foy, sino del incoherente guión de Jay Basu, Álvarez y Steven Knight (este nos duele, más que nada por los “Peaky Blinders”), y una historia plagada de lugares comunes, personajes caricaturescos y la falta de dramatismo que solía tener la saga, más que nada, cuando estaba vinculado a su protagonista. Acá, Lisbeth se parece mucho más a un agente secreto malhumorado, que va de acá para allá, tratando de resolver el problema.
La trama es repetitiva y va perdiendo ritmo (o sea, se vuelve sumamente tediosa) a medida que cae en una estructura cíclica llena de persecuciones, encuentros fortuitos y resoluciones agarradas de los pelos. Fede Álvarez sabe cómo capturar los fríos paisajes nórdicos, pero poco y nada hace por estos personajes, sobre todo con la relación entre Lisbeth y Mikael (que acá perdió unos cuantos años por el camino), tan estrecha y pasional -no necesariamente sexual, eh- durante las entregas anteriores.
“La Chica en la Telaraña” despoja a la saga de sus elementos más intensos e interesantes y la reduce a un thriller simplista de buenos contra malos. Eso sí, no puede apartarse de su lado más misógino, uno que termina metiendo a la fuerza como para demostrar que los escandinavos son todos unos desviados (¿?).
Y hablando de tierras lejanas, entendemos que esta es una versión hollywoodense, pero ya ni se esfuerzan en disimular el idioma local, y disfrazan todo con un extraño inglés de acento nórdico, o eso nos quieren hacer creer. En este contexto, el único que queda bien parado es Stanfield, un personaje bastante desaprovechado, que igual logra meter alguna de sus humoradas.
La realidad es que la película de Álvarez no funciona a ningún nivel. Los misterios son de manual y bastante predecibles, el desarrollo de los personajes deja mucho que desear y las habilidades como hacker de Lisbeth van desde “te controlo el microondas con un celular a distancia”, hasta caer en los errores más comunes para una principiante. Sí, hablamos de esos clichés que nos dan vergüenza ajena cuando los vemos en pantalla.
Si somos sinceros, la versión de David Fincher no terminó de cerrar del todo y un poco cayó en el olvido, pero esta nueva entrega de la saga Millennium va derechito a la lista de lo más decepcionante del año.
LO MEJOR:
- Los paisajes escandinavos tienen ese no sé qué.
- Álvarez filma bien, lástima que el material no lo ayuda.
LO PEOR:
- Devuelvan a Lisbeth Salander.
- Una historia sin pies ni cabeza.
- Mikael Blomkvist está más pintado que la Mona Lisa.