Mariano Cattaneo desanda los pasos de una adolescente El director y guionista explora de una manera mucho más extensa, premisas que ya había presentado en el corto homónimo y en donde, con recursos acotados pero mucho ingenio, transita la vida de una joven entre la imaginación y la realidad. No hay muchos relatos locales en los que el retrato de vida de una adolescente pueda transmitir veracidad, acerca de aquellos retazos que se quieren presentar como verosímiles y reales. Desde el origen de la narración cinematográfica, y también la televisiva, el costumbrismo supo adherirse a las historias, construyendo las bases de un género poco explorado, reafirmando, en cada ocasión que se lo hizo, la inevitable distancia entre el mundo reflejado y sus hacedores. Desde la “idealización” de cuerpos y clases, con Cris Morena apuntalando mandatos hegemónicos patriarcales, a recientes reflexiones disparadas por realizadores y realizadoras que a partir de un tema vector, desarrollaron miradas particulares sobre lo que supuestamente sería, para ellos y ellas, la vida adolescente (Yo, Adolescente, Todos tenemos un muerto en el placar o un hijo en el clóset), con sus diferentes vicisitudes, no logra plasmarse aún, correctamente en pantalla, el universo juvenil, por nombrarlo de alguna manera. Pero en el caso de esta propuesta de Mariano Cattaneo, La chica más rara del mundo (2021), es donde a partir del relato de Melién (Gina Mastronicola), una joven introvertida que decide pasar más tiempo en los universos que dibuja que en la vida real (a pesar de utilizar estereotipos y subrayar lugares comunes), la conexión con lo fantástico, género de donde proviene el realizador, reinventa este sub grupo de propuestas superando con inteligencia y empeño, aquello que la limitación presupuestaria le impone. Así, en la generación de intriga sobre el devenir de Melién, con sus garabatos que cobran vida y una pseudo investigación para descubrir qué le sucedió a una joven que aparece y desaparece en forma misteriosa, la película se presenta como una bocanada de aire fresco en medio de tanta realización similar y que apuntan a reforzar ideales bien alejados de la realidad. Y si bien se cuenta la historia desde una particular posición de clase (familia acomodada económicamente, escuela privada), su acercamiento a lo fantástico supera sus propios obstáculos. A la carismática interpretación de su protagonista, se le suma un grupo de jóvenes en donde se destaca Ornella D’Elia, “villana” de turno, que liderará un constante bullying sobre Melián pero que en realidad, como buen cuento de fantasía, habrá una moraleja en la resolución para justificar su accionar. La chica más rara del mundo entretiene, y pese a algunos puntos que deberían haberse reforzado para evitar que parlamentos solemnes, principalmente dichos por los adultos, corten con la magia presentada desde los efectos adicionales, su potente mensaje sobre la crudeza de la vida de una chica que no encaja en un mundo que exige orden y “normalidad”, subsanan esas pequeñas incongruencias de una propuesta diferente e innovadora desde lo visual.
A sus 15 años, Melién (Gina Mastronicola) es la chica más rara del colegio. Solitaria e introvertida, para ella el mundo exterior ha sido sustituido por la creación imaginaria. Las mansiones embrujadas, los monstruos misteriosos, las chicas de blanco cautivas de alguna extraña maldición son compañeros inusuales de su persistente fantasía, y una perfecta protección para las burlas y los ataques de quienes sí parecen habituados a las tensiones de la vida social. Mariano Cattaneo recoge la inspiración de su corto del mismo nombre, estrenado en 2013, y diseña alrededor de Melién una historia de rivalidades y conjuros escolares que en el fondo anhela representar en imágenes la frondosa imaginación que nos resguarda cuando crecemos y el mundo se torna extraño e indescifrable. Su puesta en escena conjuga la imaginería de Edgar Allan Poe y la animación contemporánea para correr las coordenadas de los adultos y pensar el mundo de Melién desde la magia y la fábula. La película funciona mejor cuando evita explicar demasiado a sus personajes, como el trasfondo de la rivalidad escolar con Tamara (Ornella D’Elía) o las influencias de la madre escritora y el abuelo librero en la vocación novelística que contagia a Melién. Es el mundo mágico el que mejor se adapta al registro inocente de la película, aquel que prescinde de anclajes realistas y reflexiones explícitas, en el que asoma ese costado insondable de la adolescencia, tiempo en el que siempre germina la vocación de los futuros artistas.
Antes de pasar a la plataforma Disney plus, llega esta película de Marcelo Cattáneo, director y guionista para un público pre y adolescente que proclama con sencillez y gracia “la imaginación al poder”. Una manera ocurrente de mostrar el mundo de un colegio secundario, donde la más inteligente y soñadora es objeto de bullying. Ella se refugia en sus dibujos y su fantasía para crear historias de terror, personajes que en algún momento se escapan de su cuaderno para habitarla, acompañarla y darle un poco de miedo. Por suerte tiene un abuelo librero que la “empodera” con respecto a sus creaciones y puede encaminar a los monstruitos, los dibujados y los de carne y hueso. Amable, con inclusión de animaciones y efectos especiales, tiene su encanto.
Está todo el día encerrada sola. Se duerme tarde, leyendo y escribiendo historias fantásticas, habitadas por monstruos que le habilita su abuelo librero. La mamá de Melién (Gina Mastronicola) está preocupada. La adolescente a su cargo ha desarrollado una especie de obsesión por la casa embrujada del barrio que dibuja en su cuaderno sin animarse a entrar. Y así, chocando contra la pared que le impide “encauzar” a su nena hacia carriles de una normalidad más tranquilizadora, la madre (Celina Font) asume las tensiones generacionales que le tocan atravesar. La imaginación de Melién se mezclará con la realidad y las leyendas urbanas en torno a lo que pasó en esa casa cuando quede encerrada en ella. Con el aporte de secuencias animadas, y efectos especiales, el director Mariano Cattaneo (Una tumba para tres) desarrolla su cortometraje del mismo título dando espacio a otra estructura de tensiones, competencia y malicia: la de la escuela y sus personajes, compañeros de Melién. Todo con un tono que remite a lo mágico y nos recuerda que se trata de un relato sobre (y dirigido a) adolescentes. Los dueños de esa edad en la que lo fantástico y lo cotidiano pueden cruzarse, cuando la imaginación infantil todavía no fue del todo domesticada y la identidad es un proceso en construcción.
No son inusuales los casos de autores que partes de una idea y la expanden a diferentes formatos. Así sucede con Mariano Cattaneo y La chica más rara del mundo. La historia de una alumna que crea mundos y personajes tenebrosos que podrían cobrar vida fue plasmada primero como una novela corta, publicada en 2012. Al poco tiempo se estrenó el corto, con narración de Ricardo Darín. Ahora llegó la versión en largometraje, la encarnación más ambiciosa del concepto. Melién (Gina Mastronicola) vive sumergida en sus propias fantasías, que expresa a través de cuentos y dibujos de impronta dark. Su madre (Celina Font), pese a trabajar en el área de la literatura, no la entiende, y sus compañeros de colegio la miran como si se tratara de un espécimen. De hecho, el grupo liderado por Tamara (Ornella D’Elía) se la pasa molestándola con bromas de mal gusto. Su vida comienza a cambiar cuando se abre a dos compañeros más decentes y entabla relación con una de sus propias creaciones cuando cobra vida. Esta mezcla de aventura de terror infanto-juvenil y cuento de hadas, deudora de la impronta de Tim Burton y al mismo tiempo muy personal, es una oda a la imaginación. La imaginación como vía de escape, la imaginación como fuerza creadora. Una cuestión que por momentos aparece explicada por algunos de los personajes, aunque se traduce mejor mediante las imágenes. Además de la acción en vivo, Cattaneo incluye animaciones que funcionan dentro del tono que propone la película. Otro punto fuerte, a diferencia del corto, reside en las actuaciones. Gina Mastronicola representa a una antiheroína más que cumplidora, mientras que Ornella D’Elía (vista en Los sonámbulos, de Paula Hernández) es una suerte de mini Angelina Jolie de futuro promisorio. También tienen sus lucimientos los intérpretes más adultos, como Font y Guido D’Albo en el rol del abuelo de Melién. La chica más rara del mundo sabe ponerse reflexiva sin dejar de ser entretenida y entrañable, y por sobre todas las cosas, exalta la imaginación y su influencia positiva.