Cuando Delia Owens, bióloga jubilada y especialista en vida silvestre, lanzó en el 2018 su novela Where the Crawdads Sing (en español La chica salvaje), nadie esperaba que su debut como escritora fuera un éxito en ventas. Nunca había publicado una obra de ficción, sin embargo, la novela vendió más de 15 millones de ejemplares y permaneció 168 semanas en la lista de los libros más vendidos en The New York Times. Olivia Newman dirigió la adaptación cinematográfica de la novela con el mismo nombre a partir de un guion de Lucy Alibar, y que fue puesta hace semanas en cartelera. Protagonizada por la joven actriz Daisy Edgar-Jones (reconocida por su trabajo en la serie Normal People), la historia sigue a Kya, una chica que vive en los pantanos de Carolina del Norte durante las décadas de 1950 y 1960. Exiliada por el resto del pueblo, la “chica salvaje” se encuentra acusada en medio de una investigación por homicidio, donde ella es la principal sospechosa. Así, durante casi dos horas, seguimos el juicio en su contra, mientras que a través de flashbacks conocemos la solitaria vida de Kya, su pasión por los seres vivos que la acompañan en los pantanos y la búsqueda del amor.
Con una hermosa banda sonora compuesta por el canadiense Mychael Danna y Taylor Swift (sí, la única e inigualable, compuso la canción principal de la cinta), es una sencilla y un poco superficial película romántica mezclada con un juicio dramático. Si bien la dirección y la cinematografía son completamente convencionales, excepto por algunas hermosas tomas del atardecer en los pantanos, debo aclarar que la disfruté. Que gran plan es ver a Daisy Edgar-Jones enamorarse, no una sino dos veces de los galanes Taylor John Smith y Harris Dickinson; conocer su trágica historia familiar; verla triunfar y sobrevivir por su cuenta, puede catalogarse fácilmente como un confort movie para todos los fanáticos de las películas románticas.
Sin embargo, no esperen ni originalidad ni una satisfacción completa al terminar la película, ya que lamentablemente los dos mejores aspectos de la cinta (el juicio y el romance) no alcanzan a cumplir plenamente su potencial. Me encantan las películas de juicios, el drama, la tensión, las críticas al problemático sistema de justicia norteamericano. El cine y la historia tienen múltiples ejemplos de lo influenciable que son los jurados, aún más estando enmarcados en una sociedad profundamente patriarcal y xenófoba, así que la tensión y la angustia por el destino de Kya es palpable y se mantiene hasta los últimos minutos. No obstante, lamentablemente las escenas del juicio resultan superficiales, quedándose en los clichés y ritmos esperados, y donde las líneas del abogado de Kya representado por David Strathairn, palidece frente a lo dramática que es la situación. Tampoco ayuda que estas escenas emerjan aparentemente de la nada, sin una razón perceptible, provocando que el ritmo se arrastre y nos haga desear estar de vuelta en las secuencias de los pantanos bañados por el sol, investigando sus criaturas y averiguando cómo sobrevivir de manera recursiva. Por último, si bien tiene un final satisfactorio, la película cierra de una manera tan vertiginosa y rápida, que no le hace justicia a los protagonistas, ni a los fanáticos del romance y de los finales felices.