Aunque no carece de algunos excesos melodramáticos, esta película -adaptación literaria, además, algo que se nota en su estructura- tiene más de una componente interesante. La historia de una joven maltratada y abandonada sucesivamente por su padre y por su madre que se cría sola en un ambiente salvaje ya tiene bastante para generar la intriga del espectador, aunque no carece del subrayado sórdido del entorno familiar, que contrasta -este uso del paisaje es perfectamente cinematográfico- con el universo natural que termina siendo la verdadera patria de la protagonista. Luego hay un romance, una vocación, un intento de violación, un asesinato, un juicio (y sus prejuicios), que acercan la trama al thriller de suspenso sin serlo realmente. En esos momentos la película se vuelve más trivial, más “común”, porque sabemos cómo será todo e incluso podemos deducir la vuelta de tuerca final. Sin embargo, es el universo que rodea los hechos y el clima creado por la naturaleza en contraste con el accionar humano el que se lleva la atención del espectador. El vector es, sin dudas, el trabajo de Daisy Edgar-Jones como Kya, la protagonista de este cuento donde lo natural vence a lo sórdido pero no -nunca- del todo.