Hay autores con un estilo tan propio que cuando irrumpe una novedad, es imposible no compararla; este es el caso de La Chica Salvaje, film basado en la novela de Delia Owens, que llega a los cines el próximo jueves 1 de septiembre.
Situada a fines de los años 60 al sudeste de los Estados Unidos, la trama se centra en Kya Clark, una chica que creció sola en las marismas -terrenos bajos y pantanosos que inundan las aguas del mar-, en las afueras de la ciudad. No fue ni un día a la escuela y sobrevivía como podía, principalmente con la ayuda de una pareja que tenía un negocio en la zona. Un día es acusada de la muerte de un joven, y a lo largo del juicio tanto el jurado como los espectadores conocerán su vida.
La película tiene muchos de, por no decir todos, los elementos de una de Nicholas Sparks (Diario de una Pasión, Un paseo para recordar y La Última Canción) -quien casualmente también es escritor-: sucede en el sur estadounidense, hay una muerte, hay flashbacks, hay cartas y hay un triángulo amoroso. Pero en este caso no llega a conmover igual que todas las ya mencionadas.
No es culpa del elenco encabezado por la actriz de Normal People y Fresh, Daisy Edgar-Jones, o la actuación de David Strathairn -que no sobresale, pero en este caso se agradece-. Hay algo en la historia que no llama a quedarse las poco más de dos horas de cinta; y es extraño porque el libro en el que está basado es un éxito en ventas y es un best seller. Tuvo tanta notoriedad, que una de las productoras del film es nada menos que Reese Witherspoon con su compañía Hello Sunshine. ¿Estaremos ante otro caso de “el libro es mejor que la película”?
Las fallas más notorias aparecen en el final. Sin spoilear, hay unos detalles técnicos que para una película de estas características, no deberían ni existir.
En pocas palabras, La Chica Salvaje empieza con una premisa muy interesante que se va diluyendo con el tiempo. Ni la canción original de Taylor Swift logra que la historia conmueva. Sin embargo, sí consiguió que el libro genere interés.