Adèle Haenel encarna a una doctora que descubre que una paciente a la que no quiso atender en un consultorio –porque llegó después del horario de cierre– apareció muerta esa misma noche. A partir de la culpa, decide investigar quién era esa mujer y qué le sucedió metiéndose en terrenos turbios y peligrosos. Una correcta película de los belgas que, sin embargo, no logra entusiasmar del todo.
La pregunta es la siguiente: ¿los Dardenne dejaron de sorprender porque el resto de los cineastas contemporáneos ya igualaron su manera de acercarse a sus personajes o porque sus películas ya no son tan buenas como antes? ¿Si LA CHICA SIN NOMBRE la hubieran estrenado hace diez años creeríamos que es tan menor como nos parece ahora o lo que entonces sorprendía hoy ya no lo hace? No tengo del todo claras las respuestas a esas preguntas, pero tiendo a apostar a que por un lado los Dardenne ya no trabajan con la potencia y fiereza de antaño, pero a la vez es cierto que su novedosa manera –cercana, íntima, social y realista– ya es hoy moneda corriente de la poética del cine de autor internacional.
LA CHICA SIN NOMBRE es, durante su primera hora, una sólida aunque nada novedosa película de los Dardenne, una que podría conectarse con muchas otras, hasta con la iniciática LA PROMESA, solo con la diferencia que ahora trabajan con actores famosos (en este caso la promisoria Adèle Haenel, de LES COMBATTANTS) en lugar de desconocidos. Haenel encarna a la doctora Jenny Davin, que reemplazó en un consultorio a un veterano doctor y se ocupa de atender a gente de bajos recursos, mientras está por entrar a trabajar a una clínica privada. Una noche, cuando está por cerrar el local y ya fuera del horario de atención, suena el timbre y decide no atender. Al otro día se entera que la mujer que tocó ese timbre apareció muerta junto al río.
Obviamente, a Davin la carcome la culpa. Una doctora amable y solidaria, de esas que hace visitas domiciliarias y a todos parece caerle bien, se siente responsable de esa muerte más allá de que todos la tranquilizan diciéndole que no es responsabilidad suya. Luego se entera que nadie reconoce a la chica muerta (de origen africano) y, como a la policía no parece preocuparle mucho el asunto, asume una suerte de rol detectivesco, tratando de averiguar qué sucedió y quién era esa chica. De a poco LA CHICA SIN NOMBRE se convierte en un policial negro, solo que con una doctora haciendo las preguntas y metiéndose en lugares peligrosos en lugar de un detective.
El problema del sistema empieza a aparecer promediando el filme por dos motivos obvios. Por un lado, la intriga policial no se sostiene del todo bien. Y, por el otro, cuesta creer –por más culpa y obsesión que la doctora sienta por lo que pasó– los peligros en los que se va metiendo solo para saber el nombre de la chica ya que, dice, su intención no es encarcelar a nadie ni resolver el caso, sino poder darle un entierro digno a esta mujer. Solo las observaciones y recorridas laterales –los pacientes que la doctora sigue atendiendo y sus historias– mantienen a la película en el terreno más reconocible de los hermanos belgas. Y el mejor.
La película está filmada, como las últimas de los Dardenne, sin la tensión de las primeras, pero todavía con esa claridad y ritmo narrativo como para saber llevar de las narices al espectador sin que se sienta excesivamente manipulado, como suele pasar en el cine relativamente similar de Ken Loach. Los recursos –técnicos, actorales, narrativos– siguen estando ahí, pero falta la urgencia, la potencia y la necesidad de ser contadas que tenían esas historias, mundos, personajes. Es como si los hermanos se hubieran acomodado a un sistema narrativo que manejan con eficacia y no quisieran o pudieran escaparse de esa zona de confort.
De todos modos, LA CHICA SIN NOMBRE marca una cierta recuperación respecto a la monótona DOS DIAS, UNA NOCHE, ya que es menos maniqueísta y se integra mejor al mundo que ellos supieron crear. El personaje de Davin –y la gran actriz que la interpreta– son lo mejor que tiene el filme: una mujer que, sin alardes ni exageraciones y con una tenacidad a prueba de todo, dedica buena parte de su tiempo y su vida a ocuparse de sus semejantes, por más problemas que eso termine causándole.