De los que apuestan al ascetismo como espejo de la condición humana, el cine de los hermanos belgas Jean-Pierre y Luc Dardenne es el más exitoso del circuito independiente internacional, y La chica desconocida no sólo no es la excepción, sino que parece un redoble de la apuesta. Por momentos, incluso, uno está tentado a decir que, en comparación, todo lo que hicieron anteriormente es un melodrama.
La protagonista es Jenny (Adèle Haenel), una joven médica aplicante para dirigir una salita de emergencias en los suburbios de Lieja. El caso de un chico con convulsiones espanta a su asistente, también joven y pasante, y posteriormente, fuera de hora, mientras Jenny alecciona al chico sobre lo que debe tener para trabajar en la profesión hace oídos sordos a un llamado de la calle, una ignominia de la que después se arrepentirá.
La mañana siguiente, junto a la defección del asistente, Jenny se entera por la policía de que el timbrazo ignorado fue un desesperado pedido de ayuda de una chica sin nombre que minutos después apareció flotando en el río. Sintiéndose culpable –cualquiera diría, por demás–, Jenny se hace cargo de la investigación y sigue una pesquisa sólida pero atolondrada, con ecos a policiales de Georges Simenon como Entre flamencos.
La chica no es la única que necesita conocer la identidad de la occisa para dormir de noche, y este carácter de no excepción le quita al filme el poco dramatismo que podía tener, al tiempo que, lamentablemente, también algo de sal.
La protagonista arribará a sus propias conclusiones siempre a bordo de su autito, por mañanas y tardes nubladas, por noches tristes y ventosas. No hay en 113 minutos un solo rayo de sol. La única luz es la final, cuando la cámara muestra a Jenny recibiendo a una paciente octogenaria. La toma de la mano y la ayuda a subir una estrecha escalera y ambas, cadera con cadera, parecen copias de la misma persona, como un aviso de lo que será Jenny en pocos años, porque las hojas del almanaque vuelan con el viento de Lieja.