Con los medios de su lado
El film de Alex de la Iglesia cuenta la historia de un hombre que quedó sin empleo y decide exponer sus miserias en la televisión. Una obra con menos desbordes y más incisiva.
Por esas cosas de la distribución, La chispa de la vida, el film de Alex de la Iglesia de 2011 llega a la cartelera argentina después de la última película del director vasco, que tuvo su estreno mundial hace menos de dos meses. Y si bien desde este mismo medio se señaló que Las brujas comenzaba con una mirada irónica sobre la empobrecida España –con el robo en la Puerta del Sol a cargo de un grupo de desesperados, buscas disfrazados de estatuas vivientes– para luego desbarrancar en una narración caótica, La chispa de la vida es más humilde y a la vez más compacta, una obra mucho más coherente e incisiva.
Cuando todavía no se había explicitado con tanta claridad la crisis europea y en particular cómo afectaría a España, De la Iglesia fijó su feroz mirada sobre el ajuste, la desigualdad y la desocupación, con un relato que tiene como centro a Roberto (José Mota), un publicista sin empleo que sufre un accidente y decide explotarlo mediáticamente para salir de la miseria.
Con una barra de acero clavada en la cabeza en un lugar que muchos años atrás fue el hotel donde pasó su luna de miel junto a su esposa Luisa (Salma Hayek), Roberto es descubierto por un guardia que lo graba con su celular, mientras que la víctima empieza a planear cómo sacarle partido a su situación –su imagen como crucificado es tan obvia como potente–, en una situación donde en definitiva se demuestra que casi nadie puede escapar del perverso juego de conveniencias que friccionan contra lo correcto y las decisiones morales.
Con la participación de Hayek, que dadas sus limitadas condiciones ofrece una ajustada composición de la esposa del desesperado, la película tiene varios puntos de contacto con Cadenas de roca de Billy Wilder. Pero si en el film de 1951 se ponía en el centro del relato la voracidad de los medios, La chispa de la vida cambia el eje de la mirada. Es Roberto, herido en un accidente pero por sobre todo víctima de un sistema injusto, el que conoce la lógica de la televisión y decide utilizar a los medios en su provecho, en un sálvese quien pueda triste y patético.
Sin embargo, dentro de la narración, el director deja un espacio decisivo para dar cuenta de la dignidad de algunos, que todavía sostienen con la palabra y las actitudes que no todo se puede comprar. Un relato lleno de humor, absurdo y esperanza de un director irregular que en su penúltima película logró dominar sus desbordes habituales.