Alex de la Iglesia cierra el año de estrenos en Argentina. A principios de noviembre nos llegó su película de producción 2013, Las brujas. Y ahora, con atraso (se presentó en España a fines de 2011) se estrena La chispa de la vida . El tema general, de fondo, es la crisis económica española. Roberto, un publicitario desempleado, casado y con hijo e hija adolescentes, busca trabajo, pero no lo consideran ni en aquellos lugares que manejan sus amigos (o mejor dicho esos que se beneficiaron de su idea para un comercial de Coca-Cola hace años, cuando era muy joven). Por un capricho no muy bien armado del guión (del guionista de Tango & Cash ), Roberto sufre un accidente en la inauguración de un museo, que se crea en función de unas ruinas romanas descubiertas en Cartagena (Murcia). José queda paralizado y su salud comprometida en medio de un anfiteatro. Los símbolos están claros: un anfiteatro romano, un "pobre cristiano" y los medios de comunicación como las fieras, con las que Roberto intenta jugar el juego del dinero y la fama efímera, pero fulgurante. Uno de los implicados, un intermediario carroñero, está interpretado con gracia maligna por Fernando Tejero, y a él le toca la mejor frase de la película (la de los mineros chilenos).
De la Iglesia apunta sus cañones (no del todo sutiles) hacia la televisión como dañina omnipresencia y a la frivolidad que él observa y describe en la sociedad española. Hay una clave para entender el fastidio del director con su país: Luisa, el personaje de la mexicana Salma Hayek, que hace de mexicana. El suyo es el personaje crucial, por más que Roberto (José Mota) esté más tiempo en pantalla: Luisa es el punto de referencia de la película, Luisa es la que puede dudar y en quien recaen las decisiones de peso moral, Luisa es la que no ha sido cooptada por la desesperanza cínica.
La película oscila entre una farsa por momentos superficial, pero siempre veloz -y con varios aciertos en los diálogos, sobre todo cuando muestran los dientes- y un melodrama social que domina la estructura general. Tenemos los empresarios exitosos y frívolos (y obscenos), los medios inmersos en la cretinada mayúscula (claro, con alguna excepción en la zona de menor estrellato), los políticos y funcionarios hipócritas y provincianos (claro, con alguna excepción en la zona de menor jerarquía). De la Iglesia vuelve a demostrar su capacidad para exponer muchos personajes y describirlos velozmente en pocos minutos, y para que la narración fluya sin problemas. El trabajo fino con las ideas nunca ha sido su fuerte y la película flaquea por ese lado, pero cada vez que amenaza con volverse irrelevante la rescata la enorme convicción que pone en juego Salma Hayek, una actriz de un aplomo fuera de lo común, de una mirada lo suficientemente intensa como para hacernos creer que los componentes melodramáticos aquí presentes son mucho menos adocenados de lo que realmente son.