El triunfo del cinismo
A lo largo de toda su carrera -y más allá de tropiezos estrepitosos como Perdita Durango o Los Crímenes de Oxford- Álex de la Iglesia se ha mostrado como un director talentoso y conocedor del oficio, capaz de manejar la puesta en escena y los tiempos del relato para generar suspenso y humor (elementos centrales en sus obras) de manera muy efectiva. Pero este manejo formal nunca fue acompañado por una visión o punto de vista que termine de completar ese círculo al que todo film debe aspirar.
La Chispa de la Vida vuelve a poner de manifiesto -y de manera muy clara- estas características. Por un lado, tenemos un manejo impecable de la puesta en escena en su aspecto superficial. Difícil resulta cuestionar la puesta de cámara o algún travelling. Es más, mucho de ellos son muy elogiables (por ejemplo, hacia el final, cuando se decide la suerte del protagonista, De la Iglesia emplea un travelling elegante que evita el golpe bajo y el exceso de sentimentalismo). Sin embargo, hay algo que falta. O que sobra, mejor dicho: cinismo. Aquí es donde está el problema de La Chispa de la Vida y de la filmografía del director vasco en general. Su visión no es la de un pesimista, sino más bien la de un cínico. Y para peor, la de un cínico profesional...