Haneke logra el tono perfecto para una película que propone sugerencias, indicios, vacilaciones, miedo. El espacio dominado por muros grises y austeridad luterana, es el espacio perfecto para encuadrar el orden represivo, para ocultar los abusos.
Haneke vuelve a filmar en Austria, y el retorno marcado con esta película, sirve para pensar como hay situaciones en su país, que parecen hacerse presentes desde el pasado. Porque si ese país fue propicio para la terrible experiencia del nazismo, aun hoy la política está atravesada por formas variopintas de discriminación.
El relato trata de hechos acontecidos en un imaginario pueblo rural, durante los meses previos al comienzo de la primera guerra mundial. En el mismo, una serie de accidentes graves, muertes repentinas, asesinatos y desapariciones, ocurren sin que nadie aparezca como sospechoso de esos acontecimientos. La pequeña sociedad donde esto ocurre, está organizada a partir de familias claves: la del barón, dueño de las tierras, de cuya producción viven todos sus miembros, su administrador, el médico, hombre viudo, y el pastor. Todos ellos tienen hijos, y este conjunto de jóvenes y niños, rondan constantemente los escenarios donde se han producido los hechos. No hay indicio de que tengan algo que ver con ellos, pero están allí, como una presencia más amenazadora que potencialmente culpable.
De lo que trata La cinta blanca es de aquello que está agazapado, lo oculto, lo amenazante. Da cuenta de aquello que puede desplegar un poder violento sobre cualquiera que sea convertido en blanco de un grupo social medianamente homogéneo. De allí que vincular esa latencia con la posterior explosión del nazismo o las mayorías políticas mucho más cercanas de neto corte racista, es absolutamente pertinente. Lo más importante es que esto aparece como efecto de una construcción social, y no como simple problema de sujetos peligrosos o poco apegados a las normas. Aquí lo que ocurre, y puede seguir ocurriendo, es consecuencia de un orden basado en estructuras semi feudales de dominación. Por ello adquiere un sentido clave entender el vínculo entre la organización comunal, los actores principales, y sus estructuras familiares.
Esta dominación es económica (propia a una etapa previa al capitalismo), religiosa y basada en el saber (cuyo lugar es detentado por el médico). Las formas simbólicas y materiales de la dominación se estructuran además en el orden familiar y desde allí constituyen a esos jóvenes que corporizan la amenaza. La semi esclavitud, la represión sexual, el abuso, son las claves para entender aquel surgimiento de las extrañas prácticas que asolan a la pacífica comunidad. Las familias, cuya constitución y orden es naturalizada, esquematizan la construcción de esa comunidad, son el pilar de la misma. Y es por eso que en su seno nace esta especie de “huevo de la serpiente”.
Haneke logra el tono perfecto para una película que solo propone sugerencias, indicios, vacilaciones, miedo. El espacio dominado por muros grises, ángulos rectos, austeridad luterana, es el espacio perfecto para encuadrar el orden represivo, para ocultar los abusos. La cámara mira aquello que es permitido, sin embargo los espacios vacíos, los rincones despojados, las habitaciones amplias, son cargados de sospechas por el modo que se propone la observación.
La cinta blanca es una película que interroga a los discursos del poder, a los sujetos, a las estructuras sociales de cohesión, a los saberes instituidos, a la moral no solo de un tiempo y un lugar. Proponer una lectura restrictiva de esta mirada crítica a Austria y al nazismo es una vana forma de acallar las preguntas que cualquier espectador debería hacerle a su propia comunidad.