Tuvimos la ocasión de asistir a la película de apertura Festival Cinematográfico Internacional de Uruguay, y con ella, la oportunidad de sopesar nuevamente a la reciente ganadora del Oscar, El secreto de sus ojos. Es que La cinta blanca, la película del Michael Haneke ganadora de la Palma de Oro en Cannes exhibida en la Cinemateca de Montevideo, era la candidata más firme para quedarse con la estatuilla que resultó en manos de Campanella. ¿Injusticia? Tal vez, ¿pero de cuántas está hecha la historia de Hollywood?
El filme trabaja a partir de una hipótesis muy clara: la estricta educación familiar proyecta en un grupo de niños y adolescentes, un perfil temerario, ignominioso, cruel, un panorama que les templa el carácter como posible antesala a los años de horror del nazismo. Los acontecimientos que se narran están marcados por crímenes y hechos de violencia cometidos misteriosamente mientras se suceden, a modo de espejo atroz, los golpes de vara y carradas de desprecios y de castigos inmisericordes.
En el tiempo lento y envolvente de La cinta blanca, alumbran las bestias. El riguroso blanco y negro de la fotografía, la tiñen de un indudable tinte reminiscente de cine alemán. Con un ritmo mirífico, Haneke nos sumerge en las razones por las que víctimas pueden convertirse en victimarios, nos lleva allí donde germina el odio, el desencanto y el sadismo ante el panorama de los ideales torcidos, del pensamiento miope, la moral atornillada a los dogmas asfixiantes… una olla a presión que, si explotara, lo encontraríamos lógico. Basta ubicar en 1913 el film en un pueblecito protestante del norte de Alemania poco antes que se sacuda todo el continente, para saber que todo finalmente explota y que el film se transforma en una profecía autocumplida. Claro que eso no quita la contundencia, y la indudable maestría con la que el director crea el clima de La cinta blanca. Una película en la que recae el peso dramático, no en un niño o en dos, sino aproximadamente en más de diez actores entre niños y adolescentes que protagonizan con una intensidad y realismo pocas veces o nunca visto en el cine. En una escena, un niño de 4 años en medio de lo que se supone la noche, baja las escaleras buscando entre sollozos a su hermana. El miedo de su rostro y el hilo de su voz traslucen el horror que se intuye, se avecina, se concreta. El niño, tras una puerta, encuentra a su hermana en una pose sexual – sugerida - con su padre, el prestigioso médico del pueblo. La inocencia y el terror por lo descubierto, derrama en su ser una angustia que nos hace temer por lo que pueda desencadenar en el futuro.
La hipótesis de Haneke recorre un camino similar al de Emile Durkheim con la teoría acerca del suicidio. Así como el interés del sociólogo francés no era desenmascarar individualmente las causas del suicidio sino colocarlo como indicador social de la relación entre el desarrollo capitalista y el orden social, el director austríaco enmarca la escalada de violencia y atrocidad también como signos de una sociedad que está enfermando. Los más pequeños son el síntoma, el lente donde pone la lupa el film para mostrar las grietas de la cohesión social que contienen el coctel letal que combina represión, frustración y violencia.
Un personaje, tal vez demasiado limpio, funciona como alguna excepción al horror desempolvando a la doble moral del pueblo. Se trata del maestro de coro que es también el narrador de la historia. Su rol conserva algún halo de prestigio aunque no parece portar los hilos del poder, de índole tradicional - la ley permanece ausente- como lo hacen el frío barón (quién ostenta también el poder económico), el pastor protestante (el más severo y desalmado), el capataz (bestial) y el médico (un perverso obsesionado con el sexo). Sin dudas, el poder en buenas manos.
Muchas preguntas sobrevuelan La cinta blanca. ¿Existe la crueldad sin conciencia, sobre todo cuando se sospecha que quienes la ejercen son niños?, ¿la falta de leyes y de autoridades formales, provoca la criminalidad como una manera de justicia por mano propia?, ¿la religión protestante incita al libre albedrío?, ¿niños educados con una moral rígida, reproducen un modelo social hipócrita e intolerante? Y algo más, ¿todo esto es la semilla de un régimen totalitario? La discusión está abierta. Haneke no se preocupa, está acostumbrado a sembrar polémica con sus películas.