Cine para chicos pomposos
En la que probablemente sea su mejor película, Caché, Haneke se jugaba del todo por la ferocidad de la mirada y la explosión de la violencia, apostaba como pocas veces antes a la inteligencia del espectador y dejaba de lado la exposición for dummies de temas “importantes”. Con La cinta blanca, Haneke ha vuelto a seducir a quienes creen que las películas son mejores si tienen más sordidez y, sobre todo, más literalidad para machacar en sus ideas. La cinta blanca es una gansada elegante, disfrazada de gran cine, hecha con prolijidad y mano férrea, con esa tan mentada rigurosidad (rigor artis, rigor mortis) con la que se pueden hacer grandes películas y también asfixiantes banalidades.
Ya con Funny Games Haneke había seducido a quienes creen ?a priori? que una película europea es más “profunda” que una americana, aquellos que asocian a Europa con la palabra film y a Estados Unidos con la palabra película, mientras creen secretamente que “film” tiene un aire más prestigioso. En 2001, escribí esto sobre Funny Games (la versión austríaca): “Funny Games (Horas de terror, 1997) comienza con el plano aéreo de un auto que lleva un bote por una hermosa ruta. Adentro del rodado va una familia de vacaciones, el hombre y la mujer desafían su conocimiento de música clásica y ópera, y el rubio niño mora en el asiento trasero. Y se vienen los títulos a todo metal en la banda sonora. Claro, es una película de asesinos psicópatas. Cualquiera que haya visto dos psychothrillers americanos estará familiarizado con el plano aéreo, la salida de la ciudad y el heavy metal. Pero Haneke no hace cine americano, hace otra cosa, y se ocupa de marcarlo. Supuestamente, reflexiona acerca de la realidad y la ficción. Sobre el final, uno de los malos (que ya miró dos veces a cámara para delatar claramente el dispositivo) decide que así no son las cosas, toma el control remoto, rebobina la película que estamos viendo y cambia el relato. ¡Ah, osadía del ‘cine arte’! El mundo según Wayne ya lo había hecho en 1992 y con mayor intensidad. (...) Luego del asesinato del niño, la cámara se queda varios segundos encuadrando un televisor encendido que chorrea su infantil sangre.” Frente a estas películas, muchos espectadores ya grandes se sienten como chicos que buscan la aprobación del adulto con poder de sanción artística o intelectual (en este caso el maestruelo Haneke): Haneke les revolea alguna idea sobre la violencia en el mundo, agrega dos o tres gotas de supuesta reflexión sobre la televisión y el cine de Hollywood, y estos adultos deseosos de interpretar temas supuestamente importantes servidos en bandeja se sienten satisfechos.
En La cinta blanca, una película hecha para seducir jurados y espectadores que buscan status de serios pero que son como chicos pomposos deseosos de un felicitado, Haneke tal vez intente ser el Bergman de El huevo de la serpiente (una de sus películas menos logradas), y el gran sueco sale muy bien parado en la comparación. También podría decirse que intenta ser el Carpenter de El pueblo de los malditos y... bueno, tal vez no sea del todo justo comparar a un esforzado vendehumo como Haneke con un cineasta extraordinario como Carpenter. La cinta blanca es una sucesión de momentos sórdidos con una excepción en el minuto 119’ (el nene que le regala el pajarito al padre; pero claro, está al servicio de una situación prefabricada para mayor sordidez). Ese mundo sórdido de la década del diez del siglo XX será, para quienes sumen edades y se sientan satisfechos de su sagacidad, el huevo de la serpiente del nazismo. Claro, estos nenes jodidos de más o menos doce años serán los adultos nazis a fines de los años treinta. Ah, qué idea sofisticada. Y medio giluna, por otra parte: estos pibes de La cinta blanca se rebelan, y si la maquinaria nazi funcionó lo hizo en buena medida gracias a la falta de rebelión y a la capacidad de seguir cualquier tipo de orden de muchos de los involucrados.
Los adultos de La cinta blanca, por su parte, también son unos hijos de mil puta, y les hacen a los chicos todas las crueldades posibles, y también son crueles entre ellos (la última conversación entre el médico y la comadrona es digna de una parodia). Todas estas crueldades se presentan mediante múltiples historias de distintos personajes que se imbrican en una estructura de bloques, con los puntos justos para el corte comercial, muy al estilo telefilm de gran producción o miniserie cara, filmada con brillo, con buenos encuadres, con referencias pictóricas (ver la foto, que es parecida a Las espigadoras de Millet).
Dirán que “esto es cine”, y algunos citarán el “uso del fuera de campo”. Claro, de muchas situaciones de violencia solo vemos el resultado: ahí está el plano detalle de los ojos lastimados del chico con atraso mental, y ahí Haneke aprovecha para acercar la cámara con todo, para impactar arteramente en esta película de la que dicen que es distinta al cine de Hollywood (sí, es distinta al buen cine de Hollywood). Pero aceptemos que Haneke decide dejar los hechos de violencia “fuera de campo”. Sí, mayormente lo hace, el tema es cómo lo hace. Hasta para el fuera de campo hay trazo grueso en La cinta blanca: sabemos que el hijo mayor del pastor será castigado por su padre con 10 azotes. Lo vemos entrar al cuarto en donde será castigado, la puerta se cierra y no vemos lo que sucede (ah, la violencia fuera de campo). Luego el pibe sale, cierra, camina hacia otra habitación, y busca (ah, fuera de campo) la vara con la que será castigado. Entra entonces otra vez a la habitación en donde será castigado, cierra la puerta (ah, el fuera de campo), y escuchamos cuatro gritos debidos a cuatro azotes (AH, EL FUERA DE CAMPO). Y así procede Haneke con demasiadas cosas en esta película que vende sofisticación y sutileza pero que es como un elefante (blanco) en un bazar. Todo sea para que se entienda, ¿vio?: se repite lo que simboliza la dichosa cinta blanca; el médico es cruel hasta la parodia con la comadrona; el personaje que dice “asesinaron al archiduque en Sarajevo” parece ser un personaje-wikipedia (hace décadas se habría dicho “personaje-Manual Estrada”). Y ahí hay una referencia para el regocijo de los chicos pomposos de la platea, que se sienten reconfortados porque ellos saben que eso fue el detonante para el inicio de la Primera Guerra Mundial.
Para terminar, creo que este agudo párrafo del crítico chileno Héctor Soto sobre Bailarina en la oscuridad se aplica perfectamente a La cinta blanca.
“Es el problema de todo antimodelo. Donde había blanco hay que poner negro; donde había glamour, que venga la fealdad; donde había fantasía, acá está el sadismo y el espanto. Ok. Pero, ¿y dónde había trampa? Muy fácil: Bailarina en la oscuridad coloca otras trampas. Miren qué gracia: a la inmoralidad de hacer creer que la vida es demasiado fácil opongamos la de hacer creer que sencillamente es un horror.”