Obtuvo la Palma de Oro en el Festival de Cannes y era la firme candidata a alzarse con el Oscar a la mejor película extranjera (que finalmente ganó “El secreto de sus ojos”). La filmografía de Haneke, un alemán sesentón criado en Austria, tiene como temas recurrentes la violencia y la culpa, como lo demostró en títulos inquietantes (“Funny Games”, “La profesora de piano”, “Caché-Escondido”). Acá apunta a las raíces del nazismo, como ya lo hiciera Ingmar Bergman en “El huevo de la serpiente”. La acción transcurre en un pueblo protestante del Norte de Alemania, entre 1913 y 1914, en vísperas de la Primera Guerra Mundial. Protagonistas: un noble barón de la región, el pastor a cargo de la iglesia, los niños del coro, un médico viudo y un maestro recién llegado. Una serie de incidentes con las características de un ritual de castigo conmueven a la comunidad. Haneke pone el acento en el agudo retrato de una sociedad represora, que encontrará su abominable culminación en el nazismo. Y bucea sin piedad en los comienzos de ese movimiento. Antes de la Primera Guerra, el protestantismo religioso era severísimo. Los chicos eran educados bajo una disciplina feroz. “Quienes estaban en el poder, inculcaban a las criaturas una rígida moral que desmentían con sus actos”, subraya el director. Veinte años más tarde, esos chicos se convertirían en justicieros: “Creían ser la mano derecha de Dios”, sostiene. Filmada en blanco y negro, con un elenco juvenil de actores no profesionales, la película estremece y nos lleva a pensar que ese horror podría reinstalarse. La perversión anida en la naturaleza humana, más allá de las mejores intenciones, insiste Haneke. Una mirada lacerante que compromete a todos.