¿Calma en la superficie?
Durante una clase de catecismo, una chica aelaman que estará entrando en la adolescencia, trata de mantener la calma entre sus alborotados compañeros. No puede, y es reprendida por su padre, que es además, el profesor y el Pastor de la pequeña comunidad. La chica, cansada un poco por los abusos disciplinarios de su estricto padre, se desmaya. Sabemos, por su manera de ser, que eso no terminará ahi. Habrá una venganza, y será la explosión de odios y reconres, contra un tercero, totalmente ajeno a esos problemas.
Esa es una de las tantas (sub)tramas que hacen de La cinta blanca (titulada así por el listón que debían usar los niños para recordar la pureza) una película imperdible. Poderosa, tensa, de autor. Pero cuidado: no es para mí la mejor de Michael Haneke. Pareciera que entre tanto decorado, tanto vestuario y recreación de un pueblito de inicio del siglo XX, el alemán director de Caché - Escondido y La pianista pierde un poco el ritmo. El film dura dos horas y veinte minutos, aproximadamente, pero se siente un poco más largo, quizás también por la frialdad del relato y la ausencia de música. Claro que también, el impacto emocional e intelectual que ejerce al terminar, es mucho mayor que la mitad de las películas que acostumbro a ver.
La idea que propone Haneke es la siguiente: esta acumulación de odio, de resentimiento, es lo que podría haber sido la antesala del nazismo. O de los nazis. La cara de un chiquito hostigado mentalmente por su padre, es una de las imagenes más potentes del año pasado. Podríamos pensar que es el huevo de la serpiente. Tampoco es casualidad la ubicación y el tiempo en el que se ubica la historia.
La película está en blanco y negro, y su fotografía es imponente. No sólo por los paisajes de la campiña alemana, sino por cada plano que esconde terribles sucesos. El fueracampo siempre fue un arma que Haneke utilizó muy bien. Los mejores momentos son aquellos donde la escencia retorcida y perturbada de Michael Haneke se esparce. Si en Caché la sensación era que el peligro podía estar al acecho, listo para explotar en cualquier momento, acá la sensación es que estamos asistiendo a la génesis del mal, y no podemos hacer nada para impedirlo. Una impotencia que también sufre el joven protagonista, un profesor que sólo quiere construir una prolífica relación amorosa con la jovencita Eva.
Hay muchas subtramas y casi todas están entrelazadas. Una multiplicidad de voces y miradas que recuerda, un poco, a Robert Altman. Con menos éxito, claro, trata de ir al corazón de las relaciones entre diferentes clases sociales. Uno de estos momentos tiene lugar luego de una pequeña celebración en la mansión del Barón y la Baronesa de la comunidad. Alguien del pueblo, aparentemente no muy contento con los dos, se encargó de destruir toda la cosecha. El mal latente. Una secuencia con un timming fabuloso, y que devela los mecanismo para el ojo ejercitado en el cine del director de Funny games tiene lugar cerca de un lago. El niño rico está alegre con su flauta. Pero el ritmo enloquece a los hijos de los peones. Algo pasará. Seguro.
Si bien con el correr de los días La cinta blanca creció en mi cabeza, volviéndose cada vez más fascinante, tengo que ser justo y admitir que hay un par de cosas que no me convencieron. En primer lugar, Haneke tienen (o siente) la necesidad de incluir una historia romántica entre dos personajes benévolos, como para lograr la empatía y el calor con el público. Está bien, decididamente no es esta una película masiva, aunque si una más "digerible" que Caché.
El mismo director se encargó del guión, y se nota en algunas situaciones demasiado explicativas o relatos truncados por una voz en off que es la del protagonista, a una edad mucho más avanzada. Y a veces (sólo a veces) me surgió la incómoda idea del síndrome scorsese: pareciera que con tanta producción, con "tema importante" y actores alemanes reconocidos que se mezclan con nuevos intérpretes (la mayoría de los niños, surgidos de un inmenso casting) para obtener algún premio grande. La Palma de Oro la obtuvo en Cannes, y hasta la nominación al Oscar, en la que muchos predijeron una victoria y asi, una especie de vuelta al reconocimiento de grandes autores extranjeros que son la alternativa al cine de Estados Unidos. Un año más, ganó una película que, por el contrario, se amolda perfectamente al tipo de cine de Hollywood.
Pero la sorpresa que da Haneke es, como Tarantino el mismo año, utilizar un subgénero que ultimamente rondea lo solmemne e insoportable (pero que parece para los académicos, importante per se, vean sino The reader) y convertirlo en una suerte de despedida inteligente y elegante. Sí, hay muchos directores que ya usaron una temática similar, pero vean este film, y digánme si no les queda la sensación que, al conocer lo que vendrá luego de los créditos, esta vez, la conclusión es el inicio.
La historia tiene ribetes del policial poco convencional cuando los siniestros aumentan. Desde brutales castigos corporales a los pequeños de la aldea, hasta un granero en llamas. ¿Acaso son capaces los niños de esto? Todos los indicios apuntan a ellos. Y hay algo bastante perturbador en ese pensamiento.
Pero tampoco los adultos están limpios: el doctor del pueblo sufre un "accidente" a caballo en el inicio. Cuando se recupera, descubrimos que el hombre no es precisamente ningún santo, y razones para atentar contra él, sobran. En ese mundillo de hipocresía, el rey es el Pastor. Lo que lo hace un personaje tan interesante, es, como todo buen villano, que hace lo que cree correcto. Cuando castiga a sus hijos, y los obliga a usar el listón blanco, él cree educarlos bien. Uno de los diálogos finales es una demostración del impresionante actor Burghart Klaußner (quien también trabajó en The reader) y cómo para ese momento, nos creímos hasta el mínimo gesto de su personaje.
En sintesís, esta gran obra trata de simular la aparente calma en la superficie de las relaciones en ese pueblito alemán. Pero a medida que el relato avanza y se desenvuelve, notamos que la apariencia es sólo eso. Que en el fondo, al agua está fría, helada. Y hay oscuridad. Mucha.