Muchos han sido los sucesos acaecidos desde el 25 de mayo de 2003. Un país devastado consiguió ir a elecciones luego del más profundo default del que se tenga memoria en estos lares y 38 muertos que nadie ha pagado aún. Los días aciagos del diciembre 2001, son inenarrables porque en ellos se mezcla la impotencia de quiénes hasta ese momento no eran colectivos participativos del debate político y de los desgraciados de siempre: los “excluidos” que 10 años de neoliberalismo profundizando las recetas más siniestras de la dictadura, en materia económica, dejaron como un reguero de llanto a lo largo de esta castigada Nación.
El 2003 con sus elecciones plagadas de debates sobre legitimidad versus legalidad, dio paso a la llegada de un Presidente, Néstor Kirchner, que venido de muy lejos dejó claro que “iría por todo”. Las acusaciones de clientelismo, populismo, demagogia y tantas otras cosas abrieron grietas por las que se filtraban otras cuestiones. ¿Qué es el poder? ¿Quién lo detenta? ¿Para qué sirve? Y por último como se construye desde la nada.
Ese ir por todo supuso la apertura de muchos frentes de tormenta contra los pesos pesados de siempre. Si, tal cual sus palabras, “no iba a dejar sus convicciones en la puerta de la Rosada” la tarea que se proponía era titánica: reformar la Corte Suprema, tener por fin una política de DDHH que deviniera de la derogación de las Leyes de Obediencia Debida y Punto Final, renegociar una deuda espuria que desangraba al país y como si eso no fuera suficiente enfrentar a los dueños del poder: monopolios y sectores de concentración de la riqueza, conservadores y concentradores de la riqueza.
Mucho ocurrió, hubo traiciones, pérdidas temporarias de poder o mejor, hubo traiciones pero hubo una invisibilización ostensible y macabra de mostrar quiénes no querían soltar el poder para seguir manejando los destinos de un país que los tenía acostumbrados a la tranza. Hemos visto tapas de diarios que avergonzarían a Satanás.
Luego de las Legislativas del 2008 durante la gestión de la Presidente Cristina Fernández de Kirchner, que suponían un duro revés para el oficialismo, se envío al Congreso de la Nación la Ley Medios de Comunicación Audiovisual que había sido ingresada por primera vez en marzo con cierto beneplácito de la oposición, para su debate. La Ley desató un sinnúmero de ofensivas y contraofensivas toda vez que lo que estaba en juego para los dueños del poder no era cómo y qué comunicar sino tener la exclusividad de la comunicación. Ser Su Majestad y mantener para siempre la concentración de medios que les permitiera decidir que vemos, cuándo y dónde.
La manipulación de la opinión pública llegó a extremos tan oprobiosos como los de La Guerra de Malvinas. Se mintió, tergiversó y omitió, apelando a la invisibilidad el verdadero meollo del asunto.
Se habló de venganzas, vendettas, negociados, etc., etc., etc., pero lo cierto es que en el año 2009 la Ley finalmente se promulgó y aunque miles de trabas y recursos con jueces dudosos impidieron su puesta en ejecución provocando dilaciones varias, dicha Ley ha comenzado a implementarse.
El film de David Blaustein y Osvaldo Daicich fue estrenado ayer en el cine Gaumont y su narrativa sigue el mismo derrotero que el de la Ley, su generación, sus debates, sus contramarchas y su promulgación final.
El film ha sido considerado como “un hecho colectivo” por sus hacedores y por todos los que nos manifestamos en abril de 2010 contra el desacato a la voluntad popular. Por ello el sábado 7 de octubre a la medianoche se podrá por ver por Canal 7, la Televisión Pública, ya que es el marco ideal para una democratización que debe alcanzar a muchas otras manifestaciones.
En la página de la película La Cocina, el film se podrá descargar gratuita y libremente desde el día 8 de octubre próximo. Esta es una batalla que ganamos todos, forma parte de la totalidad cultural, pero que nadie se llame a engaño. Épica Cultural es aquella gesta en la que los ganadores acceden a bienes simbólicos antes reservados a unos pocos privilegiados, es aquella Cruzada que cambia el paradigma de todos, no de algunos, y que permite el acceso a esos bienes y la igualdad de oportunidades a todos los habitantes de una Nación. Un cambio de paradigma que al cabo permita que en cada habitante haya un líder posible de lo que sea posible y no sólo en las rancias cunas del poder como diría García.