Estampitas grotescas
Las imágenes de archivo del inicio, entremezcladas con alguna simpática reconstrucción en blanco y negro, funcionan como un pequeño sketch que parece construido por Capusotto y Saborido.
Ocurre que en una de las interminables colas a la espera de entrar a la Iglesia de San Cayetano, en pleno auge del peronismo década del '50, nace Félix Cayetano (Awada), personaje que a futuro pretenderá conformar un sindicato de “coleros” Pero La cola, ópera prima del actor Enrique Liporace junto a Ezequiel Inzaghi, acumula en su desarrollo los clisés y momentos más estentóreos del cine argentino de los '80.
Entre su objetivo sindical y las reuniones con amigos (entre ellos, el pibe bardero y chorrito que interpreta Nazareno Mottola en diez registros más altos de lo permitido), Félix debe plata por el alquiler de su pieza, espera los llamados telefónicos de su hija que supuestamente-vive en París, y hasta tiene tiempo de seducir a la casera hablándole al oído con algunas palabras expresadas en francés (¿!). Pero la hija anda cerca, sin un mango, haciendo castings de acá para allá, y exponiendo su cuerpo a algún baboso y chanta representante (ese buen actor de Liporace, ayudado por un peluquín).
En medio de semejante catarsis teñida de humor grotesco y de una exacerbación de puteadas sin sentido, también habrá lugar para algunos momentos oníricos donde el ético Félix aparece haciendo fila en un paisaje extraño y planteándose dilemas con otros personajes secundarios (entre ellos, su hija) sobre el estado de las cosas. En la última parte surgirá un cura interpretado por Gasalla y cuatro o cinco líneas de guión que provocan una mínima sonrisa.
Rara película La cola. Los personajes parecen haber metido los dedos en el enchufe y las cuatro o cinco subtramas no están bien narradas, sino contadas a golpes y a los gritos. Todo se transmite con un grado de euforia cinematográfica que recuerda a los peores exponentes del cine argentino costumbrista. Tal como si se tratara de un viaje a través del tiempo, cubierto de desechos y telarañas, sobre algo incomprensible que hace bastante se divorció del lenguaje del cine.