A la espera del milagro argentino
La Cola, debut detrás de las cámaras del actor Enrique Liporace (también guionista y actor secundario) es una buena idea por su noble intento de reflejar una realidad de lo que se denomina trabajo informal, pero que lamentablemente pierde consistencia en primera medida por el tono de comedia grotesca mezclada con melodrama, que quita cohesión narrativa a un relato donde se ensayan ciertas alegorías pero muy poco desarrolladas desde el punto de vista conceptual.
La Cola como fenómeno o radiografía social remite a las claras por un lado a la eterna espera de que suceda un milagro en este país y por otro hace alusión a un enorme porcentaje de la población postergada, que guarda el último lugar de una larga fila que avanza hacia un supuesto bienestar y futuro próspero. Sin embargo, también colarse o sacar ventaja de manera poco transparente o abusiva refleja algo de la idiosincrasia vernácula, se trate de la clase social que se trate. El protagonista de esta historia es Félix Cayetano Gómez (Alejandro Awada), padre de una hija que partió hacia París con un mejor proyecto de vida, para quien hay dos cosas que son sagradas: el trabajo como colero, es decir, que ocupa los lugares en las colas a cambio de un porcentaje y realiza tareas de gestor y por otro su devoción a San Cayetano, algo que lo conecta directamente con su más tierna infancia dado que nació en la cola cuando su madre formaba parte de la fila, que año a año pide o agradece al patrono del trabajo.
El sueño de Félix es ahorrar lo suficiente para visitar a su hija en Francia sin saber que en realidad ella nunca ha viajado y actualmente vive en una pensión en Buenos Aires buscando con su amiga todo tipo de trabajo para poder pagar la pensión y no sufrir un nuevo desalojo. Pero ella mantiene la mentira del exterior enviando fotos trucadas o llamando por teléfono al padre al que da cuenta de su exitoso presente.
Así las cosas, en la gimnasia de la supervivencia diaria con el anhelo de crear el sindicato de gestores para que la CGT le dé personería gremial, Félix y sus colegas del gremio procuran acaparar todo tipo de actividad que implique el negocio de la espera, aunque se les va acotando el campo por las mafias, los revendedores y las ventas telefónicas. Además de las constantes muestras de falta de solidaridad y la cultura del sálvese quien pueda, que llega hasta los confines de la economía informal también y de la que no puede ser más que cómplice si es que pretende alcanzar su meta del viaje. Enrique Liporace apela a la alegoría para dar un estado de situación en el que las diferentes simbolizaciones de lo que implica una cola a veces encuentran un buen cauce y otras se quedan en la intención, como por ejemplo cuando busca insertar un segmento fragmentado y onírico o explota las virtudes artísticas de Alejandro Awada, quien dota a su personaje de emoción y credibilidad.
No obstante, resulta despareja la actuación frente a los otros personajes como el de la hija (Lucrecia Oviedo), la amante (Ana María Picchio) o las buenas intervenciones de Aldo Barbero y Daniel Valenzuela al que se suma una simpática actuación de Antonio Gasalla, que se lleva una de las escenas más logradas.