En su quinto largometraje, el dramaturgo y cineasta francés, Samuel Benchetrit adapta una serie de historias de su autoría llamadas Crónicas del asfalto y crea La comunidad de los corazones rotos, tres sensibles relatos que se desarrollan en un mismo espacio y reflexionan sobre la soledad y el inevitable paso del tiempo.
La cinta comienza con una conflictiva asamblea de la comunidad de vecinos de un desmejorado y viejo edificio de los suburbios de la capital francesa. En la misma, se debate el pago del mantenimiento del ascensor, algo a lo que Stenkowitz (Gustave Kervern) el inquilino del primer piso, se niega, ya que no lo utiliza. Tras acordar, con el resto de los asistentes, que nunca usará el ascensor, tiene la mala suerte de verse envuelto en un accidente casero que lo deja, durante un tiempo, en silla de ruedas. El karma en su máxima expresión. Este es el punto que quiere plantear Samuel Benchetrit en cada una de las tres historias. Más allá de que los protagonistas comparten el mismo escenario, se pueden disfrutar de manera independiente las unas de las otras.
De esta forma, se observa al desdichado Stenkowitz que se escapa, cada madrugada, de su casa para compartir unos minutos con una solitaria enfermera (Valeria Bruni Tedeschi) que sale a fumar un cigarrillo en la puerta del hospital durante su recreo. Se advierte entre ambos un amor incipiente, el de dos seres grises disconformes con sus vidas, resignados a pasar en soledad el resto de sus días. La agridulce historia de amor es potenciada por la magia de la propia nocturnidad de sus encuentros.
El mismo tono melancólico se potencia en la historia de Jeanne Meyer (Isabelle Huppert), una veterana actriz de los ochenta, ya en el olvido y sumergida en su alcoholismo, que comienza a salir de a poco tras conocer a su vecino Charly (Jules Benchetrit), un adolescente observador y maduro para su edad, con los mismos miedos y necesidades afectivas. A través de enseñarle sus viejas películas, repasan sobre el paso del tiempo. Su simplicidad la convierte en la pieza más delicada y más profunda que sucede en el edificio.
El otro relato que completa el film es el viaje de un astronauta norteamericano (Michael Pitt) cuya capsula aterriza por accidente en la azotea del inmueble, por lo que acaba como refugiado durante unos días en el departamento de una anciana argelina (Tassadit Mandi). Bajo el mismo techo conviven dos personalidades radicalmente opuestas, tanto en edad como en nacionalidad, y que funciona como una impactante reflexión sobre la comunicación, el entendimiento y la aceptación entre culturas.
A pesar de la diversidad de sus relatos, La comunidad de los corazones rotos es una obra equilibrada dentro de una perspectiva cotidiana. Es sencilla en su delicadeza y prioriza la profundidad de sus diálogos antes que su estética y dinamismo. En ellos se revelan la necesidad de compañía que sufrimos todos.
La cámara está constantemente fija para que fluyan las conversaciones entre personajes tan extraños como fascinantes y que transmiten en su totalidad ese sentimiento de humanidad y compasión. El cine francés es experto en aprovechar las historias simples y convertirlas en magnificas obras.
Lo único que tiene en su contra es que abandona el humor negro del principio para centrarse en el drama. Las tres historias atraen al espectador durante todo el transcurso y gracias a la empatía de su guion logra que la mayoría se identifique con algún sentimiento.