Filmada en un atrapante blanco y negro, 1945, de Ferenc Török, nos sumerge en ese año en un pueblo de Hungría donde la presencia de dos judíos con dos grande baúles despierta ansiedad y miedo en aquellos que se beneficiaron con su persecución. Mientras el alcade se afeita y se prepara para el casamiento de su hijo, la radio anuncia que Estados Unidos acaba de lanzar la bomba atómica sobre Nagasaki. Es el 11 de agosto de 1945, la guerra en Europa terminó hace varios meses, pero todavía sigue latente. Las ruinas y restos carbonizados decoran el pequeño pueblo húngaro que, tras liberarse de los alemanes, ahora lidia con las tropas rusas que controlan este nuevo contexto y organizan las primeras elecciones. Al mismo tiempo, a la estación llegan dos forasteros. Se trata de dos judíos que bajan del tren dos misteriosos baúles. Un personal ferroviario observa perplejo esta situación. Debe informar de ello. Esta inesperada visita genera incertidumbre y temor dentro de la pequeña población. ¿Qué hacen aquí?, ¿Qué llevan dentro de los baúles? son algunas de las incógnitas que se plantean. La ansiedad creada por lo desconocido es lo que conduce la película. Para algunos países, el año 1945 representa la liberación nazi y el final del fascismo. Para otros estados de Europa del Este significa el traspaso del dominio de un gobierno invasor y totalitario por otro similar. El escenario que plantea la película de Török está cargado por un fuerte simbolismo. La presencia de dos judíos no genera alegría y celebración, al contrario, se convierte en una tragedia para toda la sociedad. La mayoría del pueblo teme que reclamen las propiedades y posesiones que ahora viven como suyas. La sociedad se divide en bandos: por un lado, los que sienten culpa y por otro aquellos egoístas que actúan según la codicia y sus propios códigos de supervivencia. Sin embargo, es visible que todos los habitantes del pueblo están implicados. El antisemitismo no lo inventó Hitler, estuvo presente durante muchos siglos en Europa. El dictador alemán lo utilizó para crear un régimen aterrador y violento, pero lo más trágico de su éxito fue la poca resistencia de las sociedades europeas. El guion de esta película está basado en Regreso a casa, el cuento corto de Gabor T. Szántó, y examina un lado de la guerra casi desconocido: el regreso del pueblo judío a las regiones donde fueron exterminados por los nazis. Este caso particular refleja cómo la sociedad húngara reacciona ante su llegada y el dilema que crea dentro de su superficial armonía. La cámara de Török se dirige exclusivamente a los aldeanos y el caos que les genera lidiar con el pasado. Al estar filmada en blanco y negro crea un clima asfixiante e hipnótico que conmueve y atrapa. La fotografía y la impresionante musicalización ayudan a que la película deslumbre en todos los sentidos. Pero lo más impactante es el uso de los primeros planos íntimos a la cara de sus personajes que transmiten en detalle la reacción y los sentimientos encontrados frente a esta situación. A medida que los dos hombres marchan lentamente hacia el centro del pueblo la vida de sus habitantes se desmorona.
Desde el otro lado del charco de Pablo Giménez, Carlos e Isabel Suárez plantea un paralelismo entre las víctimas del régimen franquista y las víctimas de la dictadura militar argentina, en un documental que reúne voces silenciadas y diversos testimonios para contextualizar dos procesos históricos y políticos diferentes, pero que al mismo tiempo presentan varias similitudes. Corría el año 1936, principio de la Guerra Civil española, durante la celebración del día de la raza, Miguel Unamuno -escritor y rector de la Universidad de Salamanca- pronunció un discurso que hoy en día se utiliza para representar el triunfo de la inteligencia contra la fuerza. Enfrente de José Millán-Astray, fundador de la Legión, y Carmen Polo, esposa de Francisco Franco, Unamuno exclamó: “Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitarías algo que os falta, razón y derecho en la lucha”. Con esas contundentes palabras demostró la crueldad que más tarde infundiría la dictadura franquista sobre el pueblo español. Hace casi medio siglo que cesó la dictadura en España. Sin embargo, miles de personas aún llevan en la memoria aquellos años infames y todavía les duele el pacto de silencio y la complicidad no sólo de sus pares sino, también, del gobierno español y por sobre todo, de la monarquía. Desde el otro lado del charco comienza con una reflexión del escritor Juan Gelman: “Desaparecen los dictadores de la escena y aparecen inmediatamente los organizadores del olvido”. Un concepto que demuestra cómo los tiempos de represión y los años sucesivos están unidos por una herida que es imposible de cerrar si no se llega a la verdad sobre el sufrimiento de las víctimas y mientras esa verdad no conduzca a la justicia. Y para ese lado apunta el documental: la lucha por la justicia. Pero dentro de esa interminable búsqueda, la justicia española se empeña en negar e impide juzgar los crímenes de lesa humanidad cometidos durante el proceso. Es por eso que surge el paralelismo con la dictadura argentina en la que, a diferencia de la dictadura franquista, se castigó a muchos de los culpables. A través de la aplicación del principio de justicia universal, el 14 de abril de 2010 tres familiares de víctimas del franquismo, acompañados por colectivos de derechos humanos, presentaron una querella en un juzgado de Buenos Aires para investigar y llevar a la justicia a los culpables del terrorismo de estado español. Este proceso judicial representa una nueva oportunidad histórica de reparación. Al estar filmada en España y en Argentina, la película refleja la unión entre las víctimas de las dictaduras de ambos países. En un enfoque dual, plasma los relatos de familiares de desaparecidos, presos políticos, víctimas de abusos policiales, juristas, políticos y diversos actores sociales relacionados con la recuperación de la memoria tanto del pueblo español como del argentino. Esta recolección de testimonios contribuye a la difusión de esta querella y, al mismo tiempo, al debate pendiente y a la apertura de un proceso real en suelo español. El punto de partida del documental es entender que ayudar a los familiares a recuperar los cuerpos de los desaparecidos no es sólo una cuestión de justicia, es una cuestión de humanidad. Sólo así la tortura psicológica finalizará y el verdadero duelo podrá surgir. La urgencia del contenido hace que no se le preste tanta atención a los problemas de edición y a la desprolijidad de la narración.
El director italiano Francesco Bruni presenta en su tercera película, Amigos por la vida, una estructura simple con elementos autobiográficos y pura ficción para comparar dos generaciones desde la sentimentalidad y la revalorización de la amistad. “¿Alguna vez has escrito un poema? Los poemas están escritos cuando no sabemos dónde poner el amor”, afirma Giorgio (Giuliano Montaldo), un poeta olvidado de ochenta años y víctima de la enfermedad del Alzheimer. El que lo escucha es Alessandro (Andrea Carpenzano), un joven de 23 que pasa sus días en el bar con sus amigos y que es obligado por su padre a aceptar un trabajo aparentemente simple: hacerle compañía a Giorgio. Lo que él no sabe es que a partir de este entrañable vínculo el rumbo de su vida cambiará y su perspectiva dejará de ser la de antes. Entre sus largos paseos por el parque y por las calles de Trastevere forjan una amistad llena de enseñanzas y misterios por descubrir. El encuentro entre dos mundos y generaciones tan diferentes da lugar a mucha comedia e ironía. Alessandro entra en la vida e invade el hogar de este elegante caballero para hacerlo disfrutar, fumar, beber y hasta incluso jugar con la PlayStation. El Alzheimer de Giorgio se retrata con simpatía y saca a relucir el lado más divertido de la enfermedad: olvidarse los nombres, cometer varios errores y permanecer eternamente en otra época. Sin embargo, está perfectamente representado en la lentitud con la que camina y los lejos que está de su propia memoria. Algunos de sus recuerdos y vivencias de la Segunda Guerra Mundial resurgen e inician una búsqueda del tesoro en el verdadero sentido del término. La película se desvía de su planteo inicial y se convierte en una road movie con la búsqueda de un regalo que los soldados estadounidenses le dejaron a Giorgio hace más de setenta años en el corazón de los montes Apeninos. Escrita por Bruni, la película analiza la memoria y el diálogo entre generaciones a través de la redención y el existencialismo. Ambos protagonistas se ayudan mutuamente para entender el verdadero significado de los vínculos. La química entre ambos es visible desde el primer encuentro gracias a las interpretaciones de Montaldo y Carpenzano.
Luego de su paso por el festival de Cannes del 2017 se estrena en nuestro país Western de la directora alemana Valeska Grisebach. Un film con un naturalismo extremo que brinda una mirada etnográfica sobre las desigualdades y la idiosincrasia europea. Western está ambientado en Bulgaria, donde un grupo de trabajadores alemanes se trasladan para mejorar la canalización de un río. Frente a esta situación Grisebach explora no sólo la emocionalidad de sus personajes, sino también brinda a la narración un análisis profundo de la geopolítica actual dentro de las diversas fronteras y culturas europeas. En la película aparecen dos grupos de personas que reivindican su identidad con representaciones moralmente diferenciadas. La percepción que tienen de cada uno fortalece la separación y la dificultad de entenderse. De un lado, se encuentran los alemanes que apenas se establecen en territorio ajeno plantan su bandera poniendo en evidencia su mentalidad paternalista, como si aquella tierra les perteneciera por el simple hecho de proporcionar una nueva infraestructura. Por otro lado, los búlgaros ven a sus hermanos europeos como invasores que manejan el dinero, pero reivindican su potestad a controlar y decidir sobre todo lo que les rodea, empezando por el agua. La mirada de Grisebach apunta a cómo los alemanes y los búlgaros parecen ser abandonados en este espacio de la naturaleza. Western tiene varios elementos que recuerdan al género norteamericano por excelencia: caballos, invasores, locales, el río y la tensión violenta entre ambos grupos. Grisebach traslada estos códigos del cine estadounidense a la idiosincrasia de una Europa actual sumergida en desigualdades, de poderes regidos por el dinero y el sueño de un futuro mejor. Este planteo está bien representado por el personaje de Meinhard que, a diferencia de sus compañeros germanos, intenta establecer vínculos con los habitantes del pueblo, demostrando que, pese a las barreras lingüísticas y culturales, se pueden establecer lazos de amistad y hasta incluso fraternales. Lo más impresionante del film es el gran análisis de Valeska Grisebach sobre la masculinidad y cómo al mismo tiempo reivindica la visión de las directoras mujeres, apartándose de los clichés que conlleva el universo femenino frente a la industria cinematográfica actual. Es gratificante contar con una mujer que sabe construir desde una mirada documentalista una historia que revista de cierta importancia el choque cultural europeo.
Con la idea de rescatar del olvido la música que nunca muere, los directores Josefina Zavalia Ábalos y Pablo Noé recolectan los recuerdos de Vitillo Ábalos y le rinden homenaje a uno de los conjuntos más importantes de la música folklórica en Ábalos, una historia de 5 hermanos. “Hay en la música un algo inmaterial, imponderable, milagroso que se siente, se comprende y se transmite, pero no sabes cómo…”. Los hermanos Ábalos, 1951. El apellido Ábalos forma parte del patrimonio cultural de nuestro país. Es muy probable que la mayoría tenga un disco en su casa o recuerde la melodía de algunas de sus zambas más memorables. Los hermanos Ábalos son cinco como los dedos de la mano: Machingo, Adolfo, Roberto, Vitillo y Machaco. En palabras del propio Vitillo, la cigüeña les hizo una broma a sus padres: en la espera de una niña tuvieron cinco varones. Los años pasaron y prevaleció uno solo: Vitillo, quien con sus 95 sigue activo en cualquier proyecto que se le presente. Junto a Juan, nieto de Machaco y guitarrista de Ciro y los persas, unen criterios para sacar un nuevo disco con las canciones más emblemáticas del conjunto. Nuevamente, Vitillo se encuentra en un estudio musical acompañado por diferentes artistas que lo ayudan a potenciar las melodías de aquella música que surgió en el monte de Santiago del Estero. Sus zambas y chacareras interactúan con el rock para presentar el último gran Disco de Oro. La esencia del documental es Vitillo, su humildad y alegría es visible en cada escena. La calidez de sus palabras a la hora de contar anécdotas conmueve y hay algo en su mirada que cautiva en cada momento. Es el amor por su música y por sus cuatro hermanos que impulsa la historia hasta el final. La estructura narrativa se enfoca en reconstruir la carrera musical de los cinco a través de las memorias de Vitillo, quien nos cuenta cómo llegaron a convertirse en uno de los grupos más emblemáticos del folklore argentino. Desde su paso por Japón, a compartir escenario con Armstrong y hasta incluso cruzarse con los Beatles. Todo esto musicalizado por las canciones emblemáticas del arte nativo y popular de nuestro país.
Luego de su paso por el Festival de Cannes, el director francés François Ozon estrena Amante doble, un film que se centra en una mujer con problemas psicosomáticos que recurre a un psicólogo del que luego se enamora. Lo que comienza como un drama psicológico se transforma en un thriller erótico que transgrede la barrera entre lo ficticio y la realidad. “Si entre las cuatro paredes de la alcoba hay un espejo, ya no estoy solo. Hay otro. Hay el reflejo que arma en el alba un sigiloso teatro.” Así como lo ilustró Jorge Luis Borges en su poema, Ozon plantea en su nuevo film aquella premisa que tanto perturbó al escritor. Y es que los espejos devuelven imágenes monstruosas. En Amante doble se acentúa la ambigüedad del espejismo y conduce al espectador a la experiencia del engaño, a la incertidumbre sobre la verdad y la mentira de los actos de los personajes. Hay múltiples representaciones e ilimitados juegos de espejos. Este análisis tan posicionado permite al director transgredir el límite entre ficción y realidad para confundir al espectador. El film nos presenta a Chloé (Marine Vacth) que sufre unos fuertes dolores de estómago, a los que ningún médico ha conseguido hallar la causa. Tras los créditos iniciales, la cámara nos introduce en el origen uterino de su sufrimiento, por medio de un primer plano del interior de su vagina. La incertidumbre por su problema la lleva a buscar ayuda en un psicólogo: Paul Meyer (Jérémie Renier). Luego de varias sesiones, la paciente confirma a su médico que los dolores han frenado de forma significativa y que se considera una persona feliz alejada de la negatividad que antes la perturbaba. Paul le comunica que deben interrumpir las sesiones inmediatamente. Los sentimientos se interponen entre él y la paciente, por lo que la ética deontológica le impide continuar con los encuentros. Chloé decide concluir con su tratamiento e iniciar una relación amorosa con Paul. Este vínculo entre ellos traerá consigo secretos ocultos y comportamientos inquietantes que, a medida que pase el tiempo, se irán desgranando. La sexualidad, el deseo y la obsesión serán los verdaderos protagonistas. Desde el principio, Ozon invierte el orden del acto sexual. En un mundo sexualmente masculinizado y patriarcal, el hombre siempre adquirió el rol del sujeto activo y la mujer el de objeto pasivo. El director modifica esta perspectiva, tan arraigada y cultural, y construye a la protagonista como el sujeto activo que observa y compara entre varios ejemplares. El hombre es ahora el objeto. La aparición de un gemelo idéntico de Paul, también terapeuta, permite a Chloé, comparar a ambos personajes y combinarlos para obtener el amante perfecto. Desde su liderazgo, Chloé deberá alcanzar la verdad del misterioso enigma que se oculta entre los gemelos. La ambigüedad del relato unido al constante uso de los espejos transmite la dualidad de las personas y lo que realmente ocultan. La tensión y los giros argumentales son permanentes.
En su cuarto film, La desaparición, el director rumano Constantin Popescu narra el declive familiar y personal de un padre de familia cuya hija desaparece de repente. Para entender la finalidad de la obra de Popescu es necesario saber el significado del título original: Pororoca. Una onomatopeya que deriva de la lengua tupí-guaraní y que hace referencia a una temible ola que recorre el Amazonas desde su desembocadura en el océano Atlántico río arriba. Un fenómeno intenso con mucha fuerza y poder de destrucción. Pororoca se traduce como gran estruendo. Su ruido predice su fuerza. Es ensordecedor. La película tiene su propio “gran estruendo”, con el correr de los minutos elabora el clima exacto para desencadenar ese momento. Pero primero hay que ir a los hechos. El motor del relato es la desaparición de María, la hija menor de Tudor Ionescu (Bogdan Dumitrache) y Cristina (Iulia Lumanare). La pequeña desaparece en un parque cerca de su casa y al cuidado de su padre. Lo que sigue es el clásico protocolo para estos casos, colaborar con la policía para iniciar la búsqueda, pegar carteles en las calles y tratar de mantener la normalidad en la vida de su otro hijo, Illie. La incapacidad de sobrellevar la pérdida familiar y las escasas pistas en la búsqueda policial son los desencadenantes del lento descenso a los infiernos personales de Tudor, que se verá envuelto en la desesperación, consumido por el dolor y la duda. Paralelamente a su caída, su familia se ira deshaciendo frente a sus ojos, aniquilando por completo la esperanza de recuperar el equilibrio perdido. Tudor queda solo y es dentro de su soledad donde encuentra su liberación. Una liberación violenta impulsada por una reacción brutal que supone ser el último punto de su existencia. Ese momento explosivo es la Pororoca. La fuerza del estruendo es tan grande que es imposible olvidar el impacto que genera la secuencia final. Con un registro muy realista, Popescu se apropia de extensos planos generales y un buen uso de cámara en mano para momentos de tensión. La desaparición cuenta con un elemento imprescindible: la interpretación de Dumitrache que envuelve a su personaje de fuerza, sentimentalismo y la desesperación exacta en todo el trayecto. Desde el principio hasta el desenlace, toda la esencia de la película recae en las miradas y acciones de Tudor. En cuanto a la estructura, plantea los eventos dramáticos al inicio y al final, lo que hace que toda la parte del medio resulte extensa y por momentos tediosa. La larga duración del film es lo único que se le puede criticar, pero al mismo tiempo cada minuto cuenta para su resolución.
En Las estrellas de cine nunca mueren, el director escocés Paul McGuigan retrata los últimos años de vida de la actriz Gloria Grahame y su romance con un joven actor de Liverpool. Con el gran uso de flashbacks, Annette Bening y Jamie Bell dan vida a estos personajes que, a pesar de su diferencia de edad, con su historia de amor desafiaron a la sociedad a finales de los años setenta. “Quien querrá tu corazón de marquesina, tu vejez, estrella en ruinas, rubia paseando en Rolls Royce”, Charly García escribió Canción de Hollywood en Los Ángeles alrededor de 1978 con la idea de poner en palabras lo triste y banal que es la industria cinematográfica, ya sea para quienes la consumen como para quienes viven de ella. Hollywood existe sólo en las películas. Suele pasar que, con el tiempo, algunas estrellas de cine se apagan y pasan al olvido. Es un destino cruel para los que están acostumbrados a ser el centro de atención. Es incluso más cruel para las mujeres que a determinada edad quedan relegadas a ciertos papeles y ámbitos. Su juventud y su sex-appeal quedan enterrados. Gloria Grahame fue una actriz de la edad dorada de Hollywood, ganó un Oscar a mejor actriz de reparto en 1953 por Cautivos del mal. En su breve carrera fílmica, construyó una imagen de femme fatale que cautivó a millones y que compitió con la ingenuidad y carisma de Marilyn Monroe. Sin embargo, a partir de mediados de la década del ’50 su carrera en el cine declinó, pero se mantuvo activa en el medio teatral especialmente en Inglaterra. Es ahí donde conoce a un joven aspirante a actor con el que pasó los últimos años de su vida. El joven en cuestión, Peter Turner, escribió un libro de memorias sobre su relación titulado: Las estrellas de cine no mueren en Liverpool. McGuigan utiliza este material para construir una especie de biopic sobre sus recuerdos. Es 1981, Turner (Jamie Bell) se entera de que Gloria Grahame (Annette Bening) atraviesa una fuerte crisis en su estado de salud, es por eso que la rescata de su habitación de hotel y la lleva a su casa familiar en Liverpool para cuidarla en ese duro momento. Durante esta recaída, la mente del joven se traslada a los instantes de felicidad que vivió en el pasado junto a la actriz. Su relación comenzó en 1979, cuando ella vivía la última etapa de su carrera, dedicándose principalmente al teatro, yendo y viniendo entre Nueva York y Londres. En cambio, Turner, deambulaba de casting en casting sin mucha suerte y logrando pequeños papeles en obras de teatro independiente. A pesar de sus diferencias y superando las inseguridades ocasionadas por la diferencia de edad, juntos viven una apasionada historia de amor. Aprendiendo uno del otro. Grahame le enseña cómo funciona el negocio cinematográfico y le aconseja sobre cuestiones actorales. Turner la escucha, la cuida y, sin darse cuenta, la rejuvenece a cada paso. Un amor sin prejuicios que se ve eclipsado por una dura y terminal enfermedad. Uno de los atractivos del film es el guion de Matt Greenhalgh que utiliza una estructura de flashbacks y flashforwards recurrentes para moverse entre dos líneas temporales. Mientras que McGuigan logra con inteligencia los contrapuestos puntos de vista de ambos protagonistas para explicar las circunstancias de su distancia. Otra de las cosas a su favor es la correcta caracterización de Annette Bening en la piel de Gloria Grahame. Captura a la perfección la difícil personalidad de la actriz en sus últimos años. Su belleza y la calidez de cada mirada ayudan a cautivar al espectador. Por su parte, Jamie Bell construye a un conmovedor y sensible joven que, a pesar de la fuerte presencia de Bening, no queda eclipsado y juntos logran una química magnética. La credibilidad de su romance es visible en el primer encuentro y no desaparece hasta después de su emocionante despedida. Pero, sin lugar a dudas, lo más impresionante de toda la película es una breve escena de ambos en un teatro vacío que junto a las inolvidables palabras de Shakespeare retratan lo que significa el crepúsculo de una estrella de la actuación.
Luego de su premiere en la 17° Muestra Internacional DOC Buenos Aires, llega al Cine Gaumont La intimidad, ópera prima del realizador y técnico en sonido Andrés Perugini. En este corto pero profundo film retrata los últimos días de su abuela Irene y cómo su muerte repercutió en el resto de sus familiares al deconstruir el espacio que habitaba y su legado imborrable. “Instalado en todas partes, pero sin encerrarse en ningún lado, tal es la divisa del soñador de moradas. En la casa final como en mi casa verdadera, el sueño de habitar está superado. Hay que dejar siempre abierto un ensueño de otra parte”, el filósofo francés Gastón Bachelard escribe en La poética del Espacio que la casa sirve como instrumento de análisis del alma humana y el ser en sí. Dentro de este espacio surgen diversos objetos que ayudan a diagramar nuestra personalidad como en el caso de un armario, que contiene infinitos elementos inolvidables tanto para su dueño como para aquellos que heredarán estos tesoros. Es por eso que el pasado, el presente y el futuro se hallan condensados en las diversas construcciones y en aquellos compartimentos que encierran los secretos del ser. Esta relación de intimidad entre exterior e interior fue lo que inspiró a Andrés Perugini al pensar su primera película. En La intimidad vemos a Irene con 96 años recorriendo su casa de Germania, un pueblo del noroeste bonaerense que limita con Santa Fe. La vemos dentro de su cotidianidad, desde el constante ordenamiento de su hogar, el cuidado de su jardín y las pequeñas conversaciones que entabla con sus vecinos que pasan por su puerta. En ese espacio se esconde una vida y millones de recuerdos imposibles de olvidar. Irene muere. Su cuerpo desaparece, pero su esencia sigue presente. Y ahora son sus hijos junto a su nuera quienes recorren los cuartos de su casa para vaciar y guardar su legado. A medida que van ordenando, las huellas de Irene se van esfumando. Ya no es más su espacio. Lo preparan para que otras personas lo habiten. Lo hagan propio. Hay cierta universalidad en la historia de Irene. Todos debemos pasar por eso. La intimidad familiar se vuelve propia, ya que la muerte forma parte de toda nuestra existencia. Una vez que desaparecemos, las cosas materiales que dejamos forman parte de nuestra historia y son quienes nos sobreviven los que tienen que hacerse cargo de distribuir y deshacerse de la misma.
El cine paraguayo regresa a las pantallas con una nueva producción de los directores de la tan aclamada 7 cajas, Juan Carlos Maneglia y Tana Schémbori. Esta vez desde un registro más cómico presentan Los buscadores, una aventura que rinde homenaje al folklore nacional del país vecino y la idiosincrasia de sus habitantes. Pese a ser un país con identidad propia y con una impresionante cultura, Paraguay permanece oculto en la industria cinematográfica internacional. Los pocos recursos, la falta de legislación e institutos audiovisuales no ayudan a que esta tradición siga en pie. El desconocido cine paraguayo está marcado por su constante escasez de producciones y la poca incentivación por parte del estado. En el 2012, el dúo de Maneglia y Schémbori logró que su obra 7 cajas se convirtiera en la película más taquillera de todos los tiempos. Por eso no sorprende que otra vez apuesten a sus raíces con una historia que permite observar algo que siempre estuvo invisible: la cultura de su pueblo. En 1870 la guerra de la Triple Alianza finalizó con la derrota de Paraguay, que además generó un impresionante desastre demográfico. El país perdió entre el 60 y el 80 por ciento de su población. En su último aliento miles de víctimas escondieron sus objetos de valor para evitar a los saqueadores. De esta manera comenzó el fenómeno plata yvyguy, una obsesión con el tesoro enterrado. Las constantes ansias de búsqueda derivaron en numerosas leyendas y supersticiones locales a lo largo del tiempo y que continúan en la actualidad. Esta antigua misión llega a las manos de Manu (Tomas Arredondo), quien recibe los viejos apuntes de su abuelo para descifrar el tesoro escondido. Junto a su amigo Fito (Christian Ferreira) y su vecino Don Elio (Mario Toñánez) recorren La Chacarita, un barrio de La Asunción sumergido por constantes inundaciones, en la búsqueda por un futuro mejor. Como es de esperar, las complicaciones surgen y diferentes personajes se interpondrán en su camino. Sin embargo, como afirma la leyenda, solamente las personas buenas y generosas encontrarán la plata yvyguy. Desde el principio la película genera intriga y mantiene un ritmo constante de tensión acompañado con matices culturales típicos del país. El abanico de personajes que aparecen demuestra características particulares y bien diferenciadas gracias a la impecable dirección actoral y a un memorable elenco. Lo mismo sucede con los paisajes, que van desde las calles del centro hasta una inundada Chacarita, perfectamente retratados por la fotografía de Richard Careaga. Si bien la historia es simple, aparecen giros en el guion entretenidos e inteligentes con un humor agradable que te saca alguna que otra risa. Ambos directores no evitan los lugares comunes y prefieren ir a lo seguro. Cabe destacar un muy buen manejo de cámara que se ve reflejado en los largos planos secuencias y en el correcto uso de travelling que te sumergen en la acción.