Una agradable sorpresa resulta “La comunidad de los corazones rotos” (Francia, 2015), película de Samuel Benchetrit en la que adapta su best seller “Crónicas del Asfalto” y que llega con cierta demora a la cartelera, pero no por eso merece no ser atendida.
En una ciudad sin esperanzas, presentada más allá del gris tradicional, como una inmensa mole continua de edificios, cajas de zapatos en las que habitan, sin siquiera relacionarse un grupo de seres humanos, desconectados entre sí, situaciones particulares sirven para tomar conciencia sobre el estado actual de los vínculos.
Allí la habilidad de Benchetrit no sólo coincide con el transponer su propia historia, sino que, principalmente, radica en transformar cinéticamente esa lograda descripción en escenas y situaciones bien logradas, en detallados momentos extraídos de la vida, como esa eterna reunión de consorcio inicial en la que se debate la adquisición o no de un nuevo ascensor y su utilización por parte de todos los vecinos.
“Todos”. “La comunidad de los corazones rotos” relata un sinfín de historias paralelas para hablar de la realidad, y mezcla todo para configurar un relato único sobre los tiempos que corren, marcados por la soledad, la incomunicación, el sedentarismo y la falta de empatía. Un joven que se conecta con una recién llegada que lo triplica en edad, un astronauta que, vaya a saber por qué, termina conviviendo con una mujer oriunda de Argelia, un recientemente salido del hospital se conecta con una enfermera con gustos particulares.
Y también hay personajes secundarios, que terminan por configurar un espacio de interacción más allá de las quejas puntuales, y un grupo de adolescentes que no terminan por encontrar un sentido a la vida, son sólo algunos de los escenarios que Benchetrit configura para deleite de los espectadores.
Sin caer en lugares comunes, y reforzando el sentido de la sorpresa con giros que van reconfigurando el GPS narrativo, “La comunidad de los corazones rotos” se presenta como el reflejo de una sociedad como la francesa que tuvo que aggiornarse a tiempos de multiculturalismo y crisis, dos aspectos que atraviesan su agenda actual.
Y en ese intentar hablar de lo urgente, de la descripción minuciosa de las personalidades de cada uno de los protagonistas, pero también en el plantear situaciones vívidas sobre la vida en una propiedad vertical, el guion va tejiendo redes que amalgaman las personalidades y diferencias de los protagonistas.
El humor como válvula de escape para hablar de la realidad, la lograda acidez para configurar cada una de las situaciones con las que se inicia el relato, el cine que permite introducirse en las rutinas para desde allí echar luz sobre temas y tópicos que, al ser universales, trascienden fronteras.
“La comunidad de los corazones rotos” no busca estar más arriba de la propuesta que trae, ni tampoco se disfraza de algo que no es, y justamente esa es una de sus principales virtudes, la de poder entretener y reflexionar en la misma partida.
Atentos al elenco, encabezado por Isabelle Huppert, pero con grandes intervenciones como las de Valeria Brune Tedeschi, o el americano Michael Pitt, como ese astronauta perdido en Francia y con mucho hambre.