Mezcla de thriller político y psicológico, el nuevo filme de Santiago Mitre -El estudiante y La patota- conserva ciertos elementos de sus anteriores films -como la relación padre e hija, ciertas artimañas de las relaciones de poder y principalmente la política-, y los inserta en un relato que va combinando ágilmente y con intriga el conflicto político con la psicología de los personajes, que hacen virar el film hacia el suspenso y cierta especie de thriller psicológico.
La cordillera se adentra en la vida de Blanco -Darín-, un ficticio presidente argentino recientemente asumido que debe participar de una cumbre política en materia energética. Dicho encuentro habrá de consolidar un bloque estratégico entre los países latinoamericanos en el cual predomina una puja de intereses compleja. Pero la intempestiva llegada a la cumbre de la hija de Blanco, emocionalmente inestable, complicara la trama.
Con un despliegue de superproducción, elenco internacional y estética que por momentos recuerda a pasajes de El Resplandor o Noches blancas, La Cordillera propone un comienzo sumamente verosímil y preciso en cuanto al abordaje del tema político -que evoca narrativas de series como House of Cards, solo al principio-, para luego correrse del modelo televisivo -con un gran trabajo de guión de Mitre con Mariano Llinás- que añade ciertos elementos oníricos y misterio en cuanto a asuntos familiares del protagonista que le dan un tono inquietante y de suspenso a un relato en el que la banda de sonido se transforma en un personaje mas.
La cordillera cuenta un reparto de actores latinoamericanos con talento dando vida a los presidentes de otros países, como la chilena Paulina García o el mexicano Daniel Giménez Cacho -a quien pronto se verá como protagonista de Zama, de Lucrecia Martel-; un medido y creíble Gerardo Romano como el monje negro de todo equipo de gobierno debe tener; Dolores Fonzi, componiendo la hija con desequilibrios emocionales en un papel de los que mejor sabe componer; y Ricardo Darin, encarnando ese presidente estigmatizado como débil y cauteloso del que nadie sabe bien qué piensa, ni siquiera su jefe de gabinete -Romano- o su asistente personal -Erica Rivas-, exponiendo sutilmente la ambigüedad de su personaje.
Y la presencia de Christian Slater, en un rol pequeño pero clave, revelando el pragmatismo inescrupuloso que impera en esa negociación resulta tan verosímil como siniestro.
Cierto pasaje en el que deciden recurrir a un psiquiatra y su método de hipnosis -que trae a la memoria la reciente Huye!- junto a la revelación del presidente sobre el mal, resultan paradójicamente los puntos de giro y bifurcación de los dos caminos que este thriller mezcla acertadamente.
Los imponentes y aislados paisajes nevados de La Cordillera, combinados con el gran trabajo sonoro generador de clímax y un acertado ritmo, imprimen al relato esa atmósfera de thriller psicológico -que por momentos remiten al gran Polanski- y al que tal vez faltaría una o dos escenas de acción contundente.