El cuarto film de Santiago Mitre, La Cordillera, se adentra en lo más fangoso de nuestra actualidad política, con grandes actuaciones y un despliegue técnico envidiable; pero su tono distante y su constante indefinición no permiten concretar el proyecto que pudo haber sido.
¿Cómo será la vida de aquellos que ostentan el poder? Una pregunta que siempre se ha planteado la ficción desde diferentes géneros, aquí y allá de nuestras tierras.
Desde las miniseries El Hombre, Milagros en Campaña, El asesor, o el clásico del cine cuasi independiente El custodio, por citar algunos ejemplos; siempre nos interesó a los argentinos observar la cocina detrás de las altas esferas; con mayor o menor grado de mito y realidad.
La Cordillera es uno de los proyectos cinematográficos nacionales más anunciaos y promocionados de los últimos tiempos.
Desde su posibilidad para filmar en la casa de gobierno; desde el hecho de ver a nuestro actor más taquillero encarando al líder de nuestro país; y sí, su gestación dentro de una coyuntura caldeada. Por más que lo nieguen o quieran (poco) disimularlo, La Cordillera está atravesada por los hechos recientes del país y las comparaciones serán inevitables. No se puede ser (del todo) inocente a la hora de presentar un producto como este.
En efecto, Ricardo Darín interpreta a Hernán Blanco, presidente argentino. Se encuentra en un momento crucial de su mandato, son los momentos inminentemente previos a una cumbre de presidentes americanos para la firma de un acuerdo comercial. Ese encuentro se desarrollará en Chile, a los pies de la Cordillera de Los Andes, y ahí transcurre nuestra historia.
A poco de salir cae el primer baldazo, su ¿ex? Yerno aparentemente destapará la olla pública frente a un caso de corrupción; de alguna manera hay que calmarlo, o callarlo. Para eso, la asesora presidencial, Luisa Cordero (Érica Rivas) irá en busca de la hija de Hernán, Marina (Dolores Fonzi), una chica rebelde, que no quiere saber demasiado con asuntos de poder, y no tiene la mejor de las relaciones con su padre.
Marina será llevada a esa cumbre en La Cordillera, y en ese encuentro de padre e hija, algo aflorará, algo que puede ser aún peor que un caso de corrupción. Con guion del propio Mitre y Mariano Llinas, La Cordillera maneja dos películas en una. Ni siquiera son dos historias, son dos películas, con historias diferentes, que apenas se tocan por tender a un ismo personaje central, pero de tonos diferentes, hasta géneros diferentes, y ambas con resultados dispares.
Hernán Blanco deberá lidiar con esa cumbre y los entretejidos políticos detrás, a través de diferentes reuniones con varios líderes políticos de otros países de la región, con una periodista incisiva (Elena Anaya), y con la toma de una decisión final que, en realidad, desde un principio sabemos cuál será.
Pero también debe lidiar con sus asuntos familiares, con ese hecho de corrupción que pareciera ser solo un disparador para que despierten otros hechos del pasado, y una hija a la que le costará contener. La trama política con toda su suciedad, y la trama familiar con todos sus secretos.
Posiblemente, la rutina de un presidente sea así, lidiar con asuntos públicos y privados a la par; en todo caso, por determinadas cuestiones, La Cordillera, lo lleva a un plano en el que no solo ambas aristas no se tocan, no parecen del todo realistas. La cuestión de la cumbre será la más salvable, tratada con una extrema solemnidad que nos dificultará ingresar a ella, y con algunos errores protocolares que quizás sean más notorios para los eruditos en el tema, entendibles desde la fluidez o impacto de la narración.
Los asuntos familiares serán lo más complicado de asimilar, quizás por asumir una veta que roza atraviesa) lo esotérico, sometiendo al espectador a dilucidar si lo que ve es una realidad o la fantasía de uno delos personajes. Ese hecho que puede o no ser sobrenatural, nunca encaja bien con el resto de la película, y la lleva a un terreno difícil de salir. Por último, sus falsos intentos por intentar disimular una obvia postura de opinión sobre nuestra actualidad, la lleva a un tono medio, timorato, distante, que no la favorece.
Tanto Javier Julia, como Sebastián Orgambide en la fotografía y dirección de arte, respectivamente, apuntalan la propuesta para arriba, haciendo un correcto uso de las bellezas naturales, prevaleciendo os tonos blancos y grises, la sobriedad de esas esferas de poder, y la oscuridad que pronto teñirá el asunto familiar.
Visualmente, La Cordillera causa un gran impacto. Lo mismo podríamos decir de las interpretaciones con un Darín contenido y de aristas algo perversas, Dolores Fonzi y un personaje perdido, y Érica Rivas que si bien su personaje desaparece intempestivamente durante el primer tramo pareciera ser ella la protagonista. Todos están más que correctos y serán dignos de alguna posible premiación.
Parrafo aparte para Gerardo Romano como “El Gallago” Castex, jefe de gbinete, en una actuación brillante. Sus apariciones son menos de las que quisiéramos, pero cada vez que interviene, La Cordillera se eleva. Técnica y actoralmente irreprochable, La Cordillera sufre por un guión que no termina por definir ninguna de sus dos puntas, por un tratamiento frío, y algunas cuestiones inexplicables. Presumiblemente todo daba a pensar que este nuevo film de Mitre podía dar para mucho más.