¿Cuánto hay en común entre aquel Santiago Mitre que, valiéndose de actores del off y prescindiendo de subsidios estatales, pateó el tablero con El estudiante y este director que puede disponer de múltiples recursos formales, contar con un elenco de ensueño y despertar el interés de abundantes productoras, amén de ser considerado por el Festival de Cannes? Mucho. Muchísimo para ser más exactos. Con menos de cuarenta años y cuatro películas en su haber, Mitre es un caso infrecuente en el cine local. Presupuestos al margen, es un director bien seguro de lo que quiere, con una potencia narrativa arrolladora y un olfato notable para tratar la política desde su trastienda (y sus consiguientes miserias). La cordillera, la película local más esperada (y cotizada: costó cerca de seis millones de dólares) del año, no hace más que consolidar todos estos atributos.