Con una precisa puesta en escena, Santiago Mitre relata como ciertos mecanismos de poder, que va aprehendiendo un reciente presidente electo, conspiran con su oscuro pasado familiar.
La historia nos presenta a Hernán Blanco (Ricardo Darín), un presidente de la nación que hace muy poco tiempo asumió al mando, que se dirige a una cumbre latinoamericana, en la Cordillera, la cual tiene como objetivo establecer una alianza petrolera en la región. Una muy buena oportunidad para que Blanco, tildado por la prensa como “invisible”, se relacione con los presidentes vecinos y haga notar su presencia.
Camino a un hotel aislado en las montañas nevadas, Hernán, acompañado de su fiel asesora Luisa (Érica Rivas), quien parece conocerlo de cuando él era intendente de Santa Rosa, La Pampa, y del imperativo jefe de gabinete Castex (Gerardo Romano), quien lleva las riendas de la presidencia, se entera que el ex marido de su hija está a punto de denunciarlo por malversación de fondos.
Por lo que Blanco le pedirá a su hija Marina (Dolores Fonzi), que lo acompañe en la convención, con la intención de tener más información sobre este asunto que puede empañar su novel imagen. De allí en más, como un alud, se desatarán una serie de acontecimientos que delinearan la “endeble” figura personal y pública de nuestro presidente.
Mitre y Llinás narran una historia sin fisuras, desde la construcción de los personajes, la precisa puesta en escena, hasta el ritmo narrativo que alterna (genéricamente) entre el drama familiar, el thriller político y un cosmos onírico, casi profético y materialmente inasible, que alterará la naturaleza de los personajes.
Somos espectadores de los entretelones de la escena política, de aquellos “tejes y manejes” que todos suponemos e imaginamos pero no podemos confirmarlo fehacientemente. Los mecanismos de poder se despliegan y tragan a quien esté al alcance. Lo atrayente es que este proceso se vincula de manera orgánica a lo familiar, al pasado personal. Dolores Fonzi funciona como una especie de Pitia griega, ya que través de su cuerpo y su mente emergen verdades ocultas, y negadas, que muestran la auténtica esencia de Hernán Blanco.
La cordillera juega todo el tiempo con cierta ambigüedad y tensión narrativa, a través de una dialéctica que oscila entre situaciones del orden público y familiar. Pareciera que nunca llegamos a conocer las intenciones del presidente, hasta que este enseña sus filosas garras, situación que sentará una nueva posición: el “invisible”, dejará de serlo.
Cual Frankestein, somos testigos del proceso de transformación de un monstruo y lo más atemorizante es que esto recién será el comienzo.