Un hombre como vos…
El doble riesgo asumido desde el vamos en La Cordillera, tercer largometraje del tándem Santiago Mitre-Mariano Llinás -el primero en calidad de director y el segundo como co-guionista- habla a las claras de la madurez y la coherencia del duo creativo, con un film atravesado de ambigüedad, que exige al espectador.
Lo de exigirlo no significa únicamente someterlo a un acto de observación constante de los detalles de la puesta en escena, o de los diálogos y la idea persistente de que todo lo que se dice tiene un halo de manipulación o mentira, que encubre otra mentira en capas de cebolla, como en la realidad, cuya superficie es en definitiva lo único que se ve.
Ver y mirar no es lo mismo. Por ejemplo: si se escucha el ruido de una ventana que se rompe, pero no se distingue con claridad quién es el que arroja el objeto, el resultado queda supeditado a la reconstrucción subjetiva que el propio espectador elige creer. A veces, con la información oculta u otra en mero plano de especulación, que no hace otra cosa que exhibir otra capa de la misma cebolla.
Uno podría pensar tomando como premisa la opera prima de Santiago Mitre, El estudiante, que con La Cordillera hay un nexo inequívoco, como si se tratara del reverso de la misma historia acompañada de una relectura: un estudiante universitario lleno de utopías milita en el centro de estudiantes, y descubre tras su paso de militancia y jerarquía de roles la falsedad política detrás de la fachada universitaria. En esa línea, La Cordillera podría pensarse como relectura de aquella película a partir de la introducción de Hernán Blanco (Ricardo Darín, impecable), flamante presidente de la Argentina, descripto mediáticamente y marketineramente como “un hombre como vos”, es decir un Gobernador de La Pampa devenido presidente por voto popular y por vender una imagen de hombre común.
La inteligencia de Mitre y Llinás en este término es resultado de su coherencia porque rápidamente la tentación de comenzar el juego de encontrar en ese personaje algún referente presidencial de Argentina, contemporáneo -y obviamente buscar a Macri- es el primer obstáculo que desde este espacio sugiero descartar. El nexo entre El estudiante y La Cordillera es el rol del poder frente a la condición humana. Ambos son cines políticos pero que no se atan a lo coyuntural sino como contexto o pretexto para bucear los rasgos humanos y deshumanizados de la política.
La Cordillera es un umbral, desde la cúspide la mirada cambia pero el que llega a la cúspide no necesariamente sabe manejar el poder. La pregunta es si tener poder significa saber dominar el poder y en eso una trama con doble vuelta de tuerca es ideal. Hay dos películas en La cordillera que se yuxtaponen, una a la que se le puede atribuir la parte de política ficción que para la gimnasia del espectador de series equivaldría a un par de episodios de cualquier propuesta de esta índole. Pero como se trata de cine, la condensación es inherente al planteo donde los elementos son la sospecha de corrupción del presidente y su entorno por algo del pasado cuando aún no había llegado a sentarse en el sillón de Rivadavia y el rol menor en términos de liderazgo político en una cumbre donde los países de la región buscan cerrar filas para una alianza petrolera nacional, donde Brasil se lleva todo el pozo en este juego de cartas marcadas.
Lo público y lo privado en la vida de Hernán Blanco por momentos marcan una línea divisoria de sus acciones pero en otros se confunden con sus decisiones y su manifiesto pragmatismo ante todo. Y en este punto de inflexión que no revelaremos aparece la otra película, el thriller psicológico cuasi hitchcokiano con un elemento sobrenatural, donde la solidez de Mitre en la dirección y la brillante elección de casting merece todo el reconocimiento.
Gran parte de la operación suspenso que enrola a La cordillera y la protege de una mirada que busca maniqueísmos en vez de maquiavelismos sólo es posible con un elenco tan aceitado y bien dirigido, donde se llevan el podio tanto Ricardo Darín como Dolores Fonzi, sin descontar la presencia secundaria y como siempre sólida de Érica Rivas como la secretaria privada o mano derecha del presidente y Gerardo Romano como el monje negro, que todo mandatario tiene a su alrededor. No hay que olvidar tampoco a Christian Slater en algo más que un bolo o cameo para la película.
La cordillera es un film para pensar, para reflexionar, donde seguramente el espectador quede en un estado de suspensión para determinar luego qué pudo ver y qué pudo mirar.