S(E)R. PRESIDENTE
Santiago Mitre lo hizo otra vez. Son su fetiche por los primeros planos y la creación de un ambiente enrarecido, tan solo algunos de los aspectos estilísticos del cine de este realizador argentino que viene construyendo una trayectoria sólida cimentada sobre la base de relatos con fuerte estructura dramática y una puesta en escena que fusiona elementos tradicionales del cine local, pero que, sin embargo, reformula cuando aporta una visión renovada, por ejemplo, al proponer una saludable mixtura de géneros.
Tras El estudiante, película con la que saltó a la fama como realizador, y el posterior éxito que obtuvo con La patota, Mitre estrena La Cordillera, que como su nombre (y la tradición de nomenclaturas) lo indica no sólo tiene dos palabras, sino también un artículo primero. Recordemos El amor (primera parte) y Los posibles. En esta oportunidad, y desde la perspectiva de estrenar su nuevo filme luego de una amplia aceptación mundial, el realizador propone una película en la cual la historia es solamente la excusa para inmiscuirse en los recovecos del ser presidencial.
Con Darín encarnando la figura de un presidente ficcional contemporáneo, y un elenco estelar (Fonzi, Romano y Rivas) que lo acompaña, La cordillera narra la historia de una cumbre latinoamericana inventada, en la que presidentes de la región concurren a Chile para debatir (y votar) el futuro de una nueva inversión petrolera. Desde la mirada subjetiva de Hernán Blanco (Darín), pronto se descubren los secretos privados tras las alianzas entre países, los cuales, por supuesto, derivan en tensiones diplomáticas, pero también en problemas personales.
Mitre pone en escena la figura de un presidente inexperto quien, con signos de argentinidad (un poco de viveza criolla y pasión por las mujeres), tiene que lidiar con su vida personal: una hija en pleno divorcio y la opinión pública no sólo de gestión sino de su persona. Con el mote de “presidente invisible”, Blanco debe lidiar con las responsabilidades de sacar adelante un país y de sostener a su hija visiblemente afectada por una vida entera, tras las restricciones de la popularidad de su padre.
La afición por los planos cerrados hacen del filme un relato íntimo, que fusiona tomas subjetivas invitando a transitar los pasos del presidente en primera persona (las escenas dentro de la Casa Rosada y el avión presidencial, por ejemplo) y la calidez del contacto próximo a las miradas de los personajes. En sus ojos está la clave de lectura de la película cuando a través de ellos podemos averiguar más acerca de su pasado y figurar sus intenciones futuras. En este contexto es para destacar cómo la intimidad deviene extraña con recursos estilísticos propios del lenguaje del cine, en este caso la utilización de la temperatura color fría (no sólo el azulado es consecuencia de la altura a la que se está rodando) y la composición de los planos, los cuales mediante estricta geometría reponen en escena los mandos de jerarquía sin abandonar la cercanía. Para reflejar esta condición no hay más que citar el primerísimo primer plano invertido del rostro de Dolores Fonzi, en el que tras la permanencia de varios segundos en la pantalla, no hace más que intensificar la extrañeza al transfigurar sus facciones.
La cordillera, es la película argentina del año, algunos dirán “la nueva de Darín”, otros podrán intuir la pisada firme de un director prolífico que promete larga vida al cine argentino de la mano de una bocanada de aire fresco.
Por Paula Caffaro
@paula_caffaro