Un péndulo inestable sobre el bien y el mal.
La cordillera desprende un halo cautivante y de misterio desde el inicio.
La propuesta narrativa, las deslumbrantes imágenes, los planos, el montaje, los caminos de subida y bajada, la pureza de la nieve, el sonido marcando un tiempo, todo te va atrapando/transportando hacia otro lugar, hacia otro estado.
Siempre uno hace concesiones como espectador para decidir -de forma inconsciente- si es creíble o no determinada situación, o la propuesta en líneas generales. En este caso se desarrolla con total verosimilitud la cinta. Acompañada con escenarios reales -desde la Casa Rosada hasta el impactante Hotel en los picos de las montañas.
Con un elenco maravilloso y de lujo que va desde Ricardo Darin (Hernan Blanco, el presidente), Érica Rivas (Luisa, la secretaria personal), Gerardo Romano (Mariano Castex, el jefe de Gabinete), Dolores Fonzi (Marina, la hija del presidente), entre tantos otros.
Cuando el cine está bien hecho tiene esa capacidad medio hipnótica, donde entramos cómodamente en ese viaje, en ese estado de sueño/realidad. Y no es un detalle menor en este largometraje, la hipnosis es más bien un detonante en determinado momento.
Y si lo pienso más en lo macro, en los líderes políticos, encuentro que también tienen esa capacidad magnética. Donde muchos son los ciudadanos que aceptan y creen fervientemente en ellos, hasta fanatizarse y defender a ultranza. Poniéndose como en un velo imaginario, de irrealidad, y por sobre eso, perdiendo hasta la capacidad de intercambiar ideas, seguramente opuestas.
Sin saber, casi con una mirada inocente, desconocemos que, para llegar a ese lugar, en ese camino sinuoso donde fueron acumulando poder, también fueron acumulando en su placard situaciones e historias que prefieren esconder u olvidar. Nadie llega con las manos limpias a la cumbre.
Bajo la impecable dirección de Santiago Mitre llega este jueves el estreno de esta atrevida película llamada La cordillera.