Mi expectativa por ver La Cordillera no es muy distinta de la suya, lector. Durante mucho tiempo no se supo de qué iba la historia, pero contó desde el vamos con una premisa difícil de ignorar: Ricardo Darín interpretando al Presidente de la Nación. Ahora bien, la pregunta que se cuece es si la calidad de la narración consigue ir más allá de ese gancho.
El Presidente de la Nación, Hernán Blanco, llega a Santiago de Chile para participar de una cumbre energética de crucial importancia. Como si debatirse entre sus aliados y negociar acuerdos no fuera suficiente desafío, debe lidiar con una amenaza que puede derrocar su presidencia, la cual resulta venir de su entorno más íntimo.
Más allá de la premisa a la que aludo en el párrafo principal, el guión de La Cordillera tiene ciertos elementos en orden. El elemento verosímil, por ejemplo, está ahí, ya que nos adentra con profundidad de detalle en un universo ajeno al ciudadano promedio. El drama está allí, ya que los conflictos padre-hija están presentes, y también los conflictos de estado propios del contexto en el que se mueve la historia. En particular, la actitud que se adopta ante los aliados y qué se hace ante el avasallamiento de un país más poderoso.
Sin embargo, encuentro un problema en el guión de La Cordillera y es que las dos líneas argumentales que corren en la película nunca se afectan mutuamente. Esto trae como consecuencia que la alternación entre escenas se sienta más como producto de una distribución equitativa del tiempo de pantalla que de una progresión dramática, donde una escena debería incidir sobre la otra. Ello consigue que el final tenga toda la apariencia de ser un clímax pero no se sienta como tal; su falta de recorrido y energía hace que sea un final y basta.
En materia actoral, la película es prolija. Darín nuevamente despliega ese carisma que lo caracteriza, pero le suma una inusitada cuota de actitud que lo hace plenamente creíble como el primer mandatario. Gerardo Romano sorprende como su jefe de gabinete. Christian Slater se anota uno de los mejores momentos de la película como el secretario de estado norteamericano, una labor con gracia y elegancia que no se la vi ni en su mejor interpretación Hollywoodense.
Siento la obligación de señalar que los puntos altos que tiene la película a nivel interpretativo son, sin lugar a dudas, Erica Rivas y Dolores Fonzi, en particular esta última por una riqueza expresiva que va más allá de las palabras.
Respecto a la factura técnica de la película, casi no hay manchas. Hay un gran trabajo de fotografía y dirección de arte como en raras ocasiones se ve en una producción nacional. La música de Alberto Iglesias es una de cal y una de arena: si bien, por un lado, crea climas de modo pocas veces escuchado en una banda sonora nacional, por otro lado sobreestima su estridencia y se entrega a tareas que debería estar haciendo el guión.
Conclusión:
Aunque virtuosa en los apartados técnicos e interpretativos, lo que impide que La Cordillera brille del todo son las debilidades argumentales por sobre sus fortalezas. Si lo que busca es a un Darín creíble como primer mandatario, lo encontrará sin dudas, pero en lo que refiere a la narración más allá de esa atractiva premisa, debo decir que mi voto no es positivo.