UN WESTERN EN EL PARANÁ
Un joven, Matía, llega a una zona isleña del Paraná. Parece huir de algo -o de alguien- y en ese lugar tendrá que enfrentar su destino, como en un western, el género en el que los directores Franco González y Demián Santander inscriben sutilmente su película. Los primeros minutos de La creciente parecen delimitados por la estética del nuevo cine argentino: planos largos, ausencia de diálogos, personajes enigmáticos y elementos simbólicos. Pero progresivamente la película se va abriendo hacia un naturalismo salvaje, protagonizado por personajes marginales que van construyendo vínculos violentos entre sí: al fugitivo Matía se suma “El correntino”, una suerte jefe de la zona que se encarga de dar trabajo en tareas rurales, una joven que vive con él y un compañero de changas de Matía. Desde el espacio en el que hace mover a sus personajes, La creciente tiene cierto vínculo con la tradición de un cine nacional en el que la naturaleza se impone como un personaje más.
Los directores no buscan embellecer el entorno ni apostar por la postal, más bien todo lo contrario: hay algo trágico y oscuro en esos personajes, una podredumbre que trasciende la pantalla, como ese muslo de vaca desollado o ese pescado al que se le sacan todas las tripas. El vínculo entre los humanos y los animales en la película es salvaje (y una figura que busca simbolizar la relación que se establece entre los humanos), una reproducción cabal de la vida en el ámbito rural, pero también de personajes que precisan de la carne animal para alimentarse. Si por momentos la película se acerca peligrosamente a una sordidez adoctrinante, tiene la virtud de la síntesis: dura apenas 69 minutos, que avanzan a pura tensión. Sin volverse un thriller, el film de González y Santander va construyendo una atmósfera recargada que, adivinamos, se resolverá de manera trágica.
Como decíamos, hay en La creciente mucho de la escritura del western: el extraño en busca de un destino, el lugar inhóspito y salvaje, la mujer atraída por el extraño, el hombre que dicta las leyes y ejerce el poder, y un territorio donde los conflictos se resuelven por medio de la acción y la violencia. Un mundo muscular y machista. Claro que muy inteligentemente los directores integran toda esa lectura con un universo propio y cercano al espíritu local, donde la noción de justicia dista de la del romanticismo del western y las cosas son bastante menos nobles que en el lejano oeste. Son esos apuntes sociales y el misterio que rodea a los personajes lo que hace más sólida a la película de González y Santander, a la que si bien le agradecemos su capacidad de síntesis también le podemos cuestionar la falta de transiciones y un ir demasiado directo a la acción, que vuelve todo como demasiado automático y pensado. Una pequeña disonancia en una película que por lo demás logra una interesante simbiosis entre fondo y forma.