Una revista compuesta por imágenes en movimiento
La nueva película de Wes Anderson es una inagotable fuente de inspiraciones, homenajes, ingenio y atribuciones atípicas en tiempos donde las carteleras de cine son destinadas a los tanques comerciales. Vuelven habitúes del director como Bill Murray, Owen Wilson, Willem Dafoe y se suman estrellas del momento como Frances McDormand, Benicio del Toro, Timothée Chalamet, Lea Seydoux y Jeffrey Wright, entre otros.
El cine de Wes Anderson es un sinfín de sensaciones, inspiraciones y particularidades. Cada película es un mundo único, adulterado por la particular visión de un autor que no teme desprenderse de cualquier rasgo de cotidianeidad o moderación. Inclusive, a pesar de las objeciones que suele recibir por ello, tampoco teme en despegarse de las formas más tradicionales de hacer cine. Cada historia, cada uno de los extravagantes y generalmente disfuncionales personajes que suele crear y todas y cada una de las obsesiones que lo caracterizan, que van desde paletas de colores inconfundibles, planos detalle y simetrías rigurosas, son parte de una factoría irrepetible en términos de autoría. Claro que, no obstante, ello conlleva al deleite absoluto o al máximo repudio. No hay términos medios. Así y todo, aunque haya algunos títulos en la filmografía de Anderson que se acerquen en mayor medida a las búsquedas de un público generalizado (Isla de perros podría ser un caso), en esta oportunidad es imprescindible destacar que La Crónica Francesa no forma parte de esas contadas excepciones.
Seguramente, los motivos que circunscriban al tedio que podría provocar esta obra no se limiten a lo meramente formal, aquel aspecto que nunca pareció importarle demasiado al director. Corrección: el formalismo -su formalismo- es una obsesión ineludible en la concepción que Anderson tiene del cine. Lo que en realidad no parece preocuparle es lo que el público mainstream o los más fundamentalistas puedan llegar a percibir de sus rasgos autorales. Pero más allá de estas nimiedades, el potencial repudio podría llegar a relacionarse con el eje central de la película. Para Anderson, La Crónica Francesa es una carta de amor al periodismo, y sin lugar a dudas, no transitan épocas en donde el oficio periodístico sea observado con semejante calidez y nostalgia.
Desde hace un tiempo, el director de Los excéntricos Tenenbaum, Vida acuática, Un reino bajo la luna y El gran Hotel Budapest pensaba en concretar una antología de historias cortas y, a la vez, realizar una película sobre The New Yorker, la icónica revista americana fundada en 1925. La Crónica Francesa es el resultado de ambos deseos, más allá de que el homenaje no sea directo. En este caso, el nombre del film alude a la revista ficticia The French Dispatch, fundada por Arhtur Howitzer Jr. (Bill Murray), personaje inspirado en los editores reales del New Yorker, Harold Ross y William Shawn. De hecho, cada uno de los miembros del equipo periodístico que conforma la revista creada por Wes Anderson (perdón, por Howitzzer Jr.) está inspirada en figuras que formaron parte de la edad de oro del periodismo.
Es así que cada una de las cuatro antologías que componen a la película (a las que se suma un obituario) funcionan como segmentos exclusivos de esta revista del siglo XX destinada a lectores americanos, con sede en el también ficticio pueblo de Francia, Ennui (aburrimiento en francés, algo que la magia periodística se ocupa de revertir en cada relato). Crónicas delirantes, impensadas, abrumadoras y vivas en imágenes. En esta ocasión, las palabras son reemplazas por el movimiento y todos los meticulosos detalles de puesta en escena, musicalización (un trabajo enorme de Alexandre Desplat, a quien no sería extraño verlo nominado en la próxima edición de los Premios Oscar) y montaje se ocupan de revalidar esta oda periodística, con una magia digna de las páginas del New Yorker que tanto han obsesionado a Anderson, a punto tal de hasta llegar imaginar numerosas portadas que pueden verse en los créditos finales.
También es una realidad que los excesos habituales del director, además de estar presentes, resultan aún mayores en razón de tratarse de una de sus obras más personales, porque la celebración de una era pretérita con tamaña añoranza y minuciosidad difícilmente pueda ser abordada en términos medios. Estos mundos fascinantes se miden bajo la vara de la exageración, la fantasía, el frenesí y los detalles, en algunas ocasiones evidentes y en otras imperceptibles para las miradas más holgazanes. No se frustren por no procesar en un solo visionado todo lo que esta revista viva e inagotable tiene para ofrecer. No intenten pertenecer queriendo descifrar todas las obsesiones de un director a estas alturas impredecible. Viajen. Contemplen. Apuesten por las ideas. Saboreen. Pongan los sentidos a disposición. La Crónica Francesa suena como debería sonar: como si se hubiera realizado así a propósito.