En un año pésimo para el cine, menos mal que aparece una película de Wes Anderson. Incluso una película menor de Wes Anderson es mejor que todo lo que se filma hoy. La crónica francesa es una gran sátira tierna, una especie de continuación (estética, no temática) de El gran hotel Budapest, con un elenco gigantesco haciendo papeles raros y esos planos fijos que, en realidad, son un conducto a la caricatura. Esto es una comedia absurda no sobre el periodismo (vemos tres historias publicadas por una revista bastante intelectual; vemos esa revista por dentro) sino sobre por qué narramos, por qué nos gustan los cuentos. Anderson utiliza encuadres y colores que recuerdan constantemente el dibujo animado; de hecho, incluye en cierto momento el dibujo animado. Juega con los formatos posibles y se ríe de las vanguardias estéticas disfrazándose de vanguardista (el episodio sobre una rebelión juvenil, por ejemplo, parece satirizar a la Nouvelle Vague, que no obstante es una gran influencia en el realizador). La generosidad aliada a la confianza por la inteligencia del espectador (nada es más intelectual que la risa) hacen de esta película absolutamente original -aunque conocemos el estilo Anderson el film está a contramano de cualquier cosa- un oasis. No lea más este texto y vea La crónica francesa.