The French Dispatch of the Liberty, Kansas Evening Sun es una publicación exquisita, de esas que malcrían a sus escritores, para sacar los mejor de sus plumas. Pero prepara su último número, incluyendo una reseña necrológica sobre su mentor y alma mater. Su staff está compuesto por un puñado de mentes brillantes y excéntricas. En un sistema que funciona como un pequeño universo dedicado a contar historias.
La nueva película de Wes Anderson (Los excéntricos Tenembaum, Gran Hotel Budapest, Rushmore, Isla de Perros) es otro ejercicio de estilo. Una nueva muestra de la creatividad y el talento de un autor, con un lenguaje reconocible, tan amante de la forma que corre riesgos, y a veces cae en el formalismo. En una bella cáscara de simetrías, fotografía para enmarcar y movimientos de cámara placenteros, que contiene poco en términos de algo parecido a la emoción. Un lenguaje que puede ser un poco agotador, pero cuya originalidad está más allá de discusión: son muy pocos los que hacen hoy un cine tan personal como el suyo, acompañado por un dream team de estrellas.
Por fortuna, La crónica francesa, como la animada Isla de perros, entre otros ejemplos, no es el caso. El dispositivo complejo de Anderson propone una sucesión frenética (de historias, personajes, diálogos, magia de puesta en escena, chistes y citas) provisto de corazón y ternura. De un enorme cariño, por lo que representan esos personajes (si no por ellos expresamente), en tanto criaturas de un mundo en el que las ideas, la imaginación y la narración importan.
En sus sucesivos capítulos, secciones de la publicación, hay una carta de amor al pequeño Ennui-sur-Blasé (algo así como aburrimiento y hartazgo), un pueblito francés de fantasía, visto por los ojos de un escritor ciclista (Owen Wilson). La historia de un artista plástico y asesino múltiple (Benicio del Toro) que pinta en el manicomio donde está encerrado, inspirado por su musa y carcelera (Lea Seydoux). Y cuya odisea, una cariñosa tomada de pelo al snobismo del mundo artístico, está contada por una elegante expositora (Tilda Swinton) que lo admira. La historia de unos estudiantes idealistas en plan Mayo francés, contada por una autora que se involucra, acaso demasiado, con los sujetos de su relato. La historia de un cocinero de pocas palabras enredado en un secuestro.
Entrar y salir de esas historias, como pasos de un menú para gourmets (acaso más disfrutable por espectadores cercanos a sus inquietudes), produce la sensación de un festín. Un viaje estimulante y placentero, concebido como homenaje al arte de contar. Ese en el que el cine (de Jacques Tati a Bertolucci) y la literatura son hermanos, casi la misma cosa. La crónica francesa les toma el pelo a todos los “genios” que habitan ese universo, empezando por los malditos y los incomprendidos. Y lo hace con las armas de la elegancia y la nobleza: humor y amor.