Wes Anderson y la nostalgia por el periodismo.
El editor Arthur Howitzer, Jr (Bill Murray) ha fallecido sorpresivamente, por lo que el plantel de La Crónica Francesa (The French Dispatch) se reúne para escribir en colaboración su obituario y recordar a su querido editor.
Crítica de La Crónica Francesa - The French Dispatch
Nacido originariamente en Kansas, Arthur Howitzer, Jr. se instaló en Francia y reunió a los mejores escritores estadounidenses que pudo encontrar viviendo en ese país para sumarlos a su nuevo proyecto: una revista escrita en Francia pero pensada para el público de su país de origen. Según sus instrucciones, el número de La Crónica Francesa que publique su obituario será también el último en llegar al público, por lo que la gente que trabajó con él durante sus últimos años se prepara para la edición final de la revista y recordar historias compartidas.
Reflejando la estructura de la revista ficticia, La Crónica Francesa salta a la pantalla con cuatro historias narradas como artículos de la publicación impresa. Comienza con un fragmento del obituario y continúan con Cycling Reporter, un recorrido en bicicleta por las zonas más sórdidas de la ciudad de Ennui-sur-Blasé con la voz del cronista de viajes Herbsaint Sazerac (Owen Wilson).
Le siguen “La obra maestra concreta”, de la crítica de arte J.K.L. Berensen (Tilda Swinton), sobre un revolucionario artista preso por homicidio (Benicio del Toro) que produce su arte desde el encierro inspirado y vigilado por su musa Simone (Léa Seydoux); y luego “Revisiones de un manifiesto”, de Lucinda Krementz (Frances McDormand), una solitaria ensayista que se involucra más de lo habitual en su crónica desde las barricadas durante las revueltas estudiantiles lideradas por la pareja de adolescentes compuesta por Zeffirelli (Timothée Chalamet) y Juliette (Lyna Khoudri).
Del cierre se encarga “El comedor privado del comisario de policía”, de Roebuck Wright (Jeffrey Wright), un artículo que debía ser una crítica gastronómica sobre un particular cheff de la policía pero que termina implicando a su autor en el caso policial más importante de su época.
La Crónica Francesa del Liberty Kansas Evening Sun
La nueva película de Wes Anderson (El gran hotel Budapest, Isla de Perros) es un confeso homenaje del director a una versión del mundo de la prensa escrita que hoy se encuentra prácticamente extinto: el que no corre detrás de la novedad del último minuto por un click, el que se dedica pacientemente a redactar largos y pensados artículos con el potencial de volverse atemporales.
El acercamiento que hace a este mundo da por resultado una propuesta algo abrumadora, no porque las historias que narra sean complejas en sí mismas, sino porque nos llegan a través de oleadas continuas de detalles sonoros y visuales que van construyendo tanto a los personajes como al clima general de La Crónica Francesa. Ellos son el verdadero centro de la película y lo que nos mantendrá atrapados más que la curiosidad de saber cómo se resuelve cada historia.
La Crónica Francesa es una película que pide ser disfrutada en cada detalle antes que entendida. Desesperarse por seguir el ritmo será frustrante y contraproducente. A primera vista esto parece algo negativo, pero claramente no es un error involuntario sino una búsqueda diseñada que forma parte del concepto de la obra: al igual que los artículos y revistas que homenajea el director, cada fragmento de La Crónica Francesa está presentado de forma tal que no solo permite la relectura sino que la incentiva y hasta la vuelve obligatoria para poder abarcar la película en su total magnitud. Como esas revistas que Anderson ama, La Crónica Francesa parece creada para ser vista varias veces, encontrando nuevos detalles en cada nueva visita que le sumará profundidad.
Como suele ser el sello de autor de Anderson, cada plano es un cuadro de estética cuidada cargado de detalles seleccionados en función de un concepto. Desde la continua voz en off que narra lo que vemos como si estuviera leyendo el artículo mismo en la publicación impresa de La Crónica Francesa, al intercalado de ilustraciones y viñetas o la estratégica ubicación de los subtítulos en inglés cada vez que algún personaje habla en francés, todo en La Crónica Francesa parece tener la voluntad de borrar los límites que separan a la película de la revista que retrata y el mundo que homenajea. Semejante flujo de información permanente es ya de por sí desafiante, pero quizás se vuelva incluso agobiante para quienes dependan de los subtítulos en castellano para poder seguir el ritmo de los diálogos.
Sobrepasado ese potencial escollo, La Crónica Francesa ofrece un largo elenco de caras reconocibles encarnando un repertorio de personajes carismáticos que con pequeñas participaciones van poblando las extrañas situaciones que todo el tiempo empujan los límites del verosímil, con un nivel de humor que no necesita ser subrayado y que busca más la sonrisa continua que la carcajada explosiva. Todo con el habitual tono preciso pero juguetón característico del director, quien logra que muchas de las escenas de La Crónica Francesa se vean tan absurdas y caóticas como cuidadosamente planeadas el milímetro.
A esta altura de su carrera, ya entendimos que Wes Anderson está en esa selecta lista (más breve aún si la reducimos a quienes siguen en actividad) de autores de cine que es prácticamente imposible de recomendarle a todos: quienes lo amen y quienes lo odien tienen argumentos válidos para hacerlo. La Crónica Francesa (The French Dispatch) no escapa a esa lógica.