La crónica francesa

Crítica de Miguel Angel Silva - Leedor.com

Anderson Recargado. Así tendría que subtitularse La Crónica Francesa (2021), su última película. Parece exagerado, pero no lo es. The French Dispatch es un monumental ejercicio de estilo; el estilo al que nos tiene acostumbrado Wes Anderson: la Forma por sobre el Fondo. Esto no quiere decir que sus obras no tengan una narrativa o una línea argumental pero en este caso la importancia — su mirada — radica más en una estética a ultranza que congela los movimientos de los protagonistas como si fuesen las viñetas de un cómic para dar paso a la contemplación de los escenarios en donde se encuentran. Escenarios tan artificiales y artificiosos como los colores pastel en el que están inmersos. Esto no es malo, al contrario, es su marca de fábrica. Cito a Marta Medina, del periódico El Confidencial: “Si su filmografía fuese un libro gigante, si lo abriésemos por cualquier página y cada página fuese un simple fotograma, uno de los 25 que corren cada segundo de cada minuto de cada hora de cada uno de los 21 cortos o largos de su haber, sabríamos enseguida de su autoría”. Más claro, imposible.
Este mérito — poseer un estilo tan marcado — no lo logra cualquiera. Y esto va no solo para el cine, sino para todas las artes. Y Anderson es un artista con todas las letras. Su cine, además de fotografía, es pintura, música, teatro, cómic, danza, escultura y arquitectura. Y cada una de estas disciplinas está al servicio de su obsesión por el encuadre, la perspectiva, la simetría y la puesta en escena de una manera exagerada y barroca.
Esto es por demás evidente en toda su filmografía, en especial en El Gran Hotel Budapest (2014) y en la película animada Isla de Perros (2018), pero también en La Vida Acuática (2004) y Los Excéntricos Tenenbaum´s (2001). La Crónica Francesa vendría a ser su punto culmine. Un compendio de todos y cada uno de sus tics, clichés y pases de magia.
Dejando de lado tanto tecnicismo, hablemos de qué trata su último film. Ante todo, estamos ante un gran homenaje al periodismo de los años ´60, aquel que no conocía los teclados y computadoras y cuyos cronistas y periodistas buscaban sus historias en la calle y libreta en mano. Es así que a lo largo del film nos encontraremos con cuatro historias a saber: la de un cronista de viajes a cargo de Owen Wilson; la historia de un pintor homicida, Benicio del Toro, y su modelo, Léa Seydoux en donde también aparece el galerista Adrian Brody; la de un filósofo revolucionario, Thimothée Chamalet junto a su novia Frances McDormand y la de un crítico gastronómico, Jeffrey Wright, que cuenta en un programa de televisión las desventuras por la que pasó durante una cena en donde fue secuestrado el hijo del comisario de la Policía de Ennui. Como se puede apreciar, el elenco es inconmensurable. También aparecen en mayor y menor medida, Tilda Swinton, Edwar Norton, Elizabeth Moss, Willem Dafoe, Christoph Waltz, Angélica Huston, Bob Balaban y siguen las firmas.
Todas estas historias — exageradas, con datos dudosos, totalmente subjetivas — pasarán a formar parte del último número del periódico “La Crónica Francesa” que se escribe y edita en un pueblito francés llamado Ennui-sur-Blasé y distribuido en Kansas, en los Estados Unidos. Un último número para homenajear a su director (Bill Murray) que falleció de un ataque al corazón en la misma redacción en donde pasaba sus días editando, corrigiendo y compaginando dicho semanario con un grupo de colaboradores tan variopinto y pintoresco que solo pueden haber salido de la imaginación de Anderson y de su amor por aquellos periodistas de la prestigiosa y corrosiva The New Yorker en quienes, se dice, se basó muchas de las anécdotas incluidas.
Pero, así como La Crónica Francesa es un emotivo y nostálgico homenaje al periodismo de aquella época, también es un claro homenaje al cómic. Cada cuadro de la película se parece a una viñeta de las historietas que inundaron la Francia de los ´60, principalmente Tintín, de Hergé. De hecho, las portadas del periódico se parecen mucho a las coloridas tapas de las Aventuras de Tintín. Es así que todas las secuencias nos remiten a lo que uno ve al hojear un cómic: personajes estáticos en escenarios dibujados y entintados con la gama propia de las historietas. De hecho hay secuencias animadas que son una maravilla. Nada queda librado al azar, todo está perfectamente calculado, diagramado en su máxima potencia y presentado de tal manera que La Crónica Francesa se parece más a un producto salido de los talleres gráficos de Pilote o, en su defecto, de los escenarios de George Mélies.
Es por eso que quizás un punto negativo ante tamaña meticulosidad y planificación sea la falta de emotividad en sus personajes; esa emotividad que da, precisamente, la espontaneidad; me refiero a la improvisación como modo de exteriorizar la emoción. Claro que Anderson no transita ese camino. Pero a veces cuesta empatizar con alguno de ellos porque no dejan de ser personajes esquemáticos y estereotipados. Muy propio de los cómics. Claro que en las historietas esto funciona a la perfección. En el cine, tanta rigurosidad solemniza hasta los momentos más divertidos y frenéticos. Que los hay, por supuesto, aunque no al nivel que supo alcanzar El Gran Hotel Budapest.
Una película para disfrutar con ojos de artista, para asombrarse por los planos, los encuadres y los travellings, para dejarse cautivar por la paleta de colores que el director utiliza desde siempre — todo se parece a un gran pastel en movimiento — , para extasiarse por el ingenio que pone en cada secuencia en donde la imaginación parece no tener límites, en resumidas cuentas, un impresionante trabajo de orfebrería técnica que hace relucir a La Crónica Francesa como un diamante aunque a veces, todo hay que decirlo, tanta perfección nos resulte algo fría e inalcanzable. Como los diamantes.